La aldea que resucita con la fiesta y el fervor
El Rocío es un pueblo casi desértico de Huelva con la mayor romería del mundo.
Parece un pueblo del Oeste. Es lo primero que se le pasa por la cabeza al visitante cuando llega a El Rocío. Y tiene toda la razón. Esta pequeña aldea, perteneciente al municipio onubense de Almonte, está perdida en el Parque Nacional de Doñana, junto a una marisma, casi desierta y totalmente sin asfaltar.
Poco ha cambiado El Rocío desde que, en el siglo XIII, a un ganadero sevillano se le apareciera la imagen de la virgen dentro de un tronco de acebuche. En aquel lugar, conocido como las marismas de la Rocina, se construyó una ermita y, en torno a ella, un poblado.
La aldea de El Rocío nació con el fervor religioso y, con un poco de ayuda del turismo, así se mantiene. La virgen del Rocío atrae a peregrinos durante todo el año y muy especialmente este fin de semana, con la romería cristiana más multitudinaria del mundo. Después de todo, a los lugareños les hace gracia y dicen que no, que el Oeste se parece a esto.
En El Rocío, excepto los días próximos a Pentecostés, hay más caballos que habitantes. Eso sí, se convierte en la tercera ciudad más poblada de España, con más de un millón de personas.
Las casas del pueblo son blancas, al más puro estilo andaluz y bien grandes (hasta 36 habitaciones) para acoger a los devotos de las distintas hermandades.
Muchas de ellas cuentan con campanario, capilla, restaurante y bar propio. Ninguna de ellas tiene parking, pero todas tienen para amarrar a los caballos. Curiosamente, abundan las tiendas de zapatos y las inmobiliarias, sin olvidarse de los establecimientos de moda flamenca que buena afluencia tienen en estas fechas.
A pie o a caballo, en carreta o carro ataviado con toldos y flores. Para los rocieros, el camino es mucho más que un hecho en sí, es un acercamiento a su virgen, “la reina de las marismas”. Hasta 117 son las hermandades que acuden cada año a El Rocío, lideradas por sus simpecados, insignias que representan cada agrupación y que son tiradas por bueyes.
El jolgorio, la fiesta y la alegría de los hermanos contrasta con un profundo fervor, pasión y devoción mariana. El tamborilero acompaña el sonar de la flauta, y no faltan los cantes, los bailes flamencos, ni tampoco los flecos, flores y lunares en las vestimentas.
Los romeros llegan desde distintos lugares de Andalucía, de España y de casi cualquier parte del mundo, siguiendo los cuatro principales caminos: el de Sanlúcar, de Moguer, de los Llanos y el sevillano. En la noche del domingo al lunes de Pentecostés se produce el famoso salto de la reja por parte de los almonteños, que sacan a la virgen y la pasean a hombros por todo el pueblo.
La lluvia está chafando este año la ruta de muchos romeros, que han tenido que hacer parte por carretera. Sin embargo, su devoción por la “blanca paloma”, su alegría y sus ansias de celebración se mantienen intactas.
El Rocío, sea religioso o no, es un lugar que hay que descubrir. Peregrinar por Doñana, festejar y adorar a la virgen es toda una experiencia, pero también lo es conocerlo tan inhóspito como acostumbra a estar.
Guía para el viajero
Cómo ir. La aldea de El Rocío se encuentra en el Parque Nacional de Doñana, a 15 km de Matalascañas y a 55 de Almonte. Se puede llegar por carretera desde Huelva o Sevilla por la A-49, para luego tomar la A-483, tardando 45 minutos y 75, respectivamente. La estación de tren más cercana es la de Palma del Condado. El aeropuerto más próximo es el de Sevilla-San Pablo.
Dónde dormir. Hay que tener claro que durante la celebración, a no ser que se pertenezca a alguna hermandad, es casi imposible alojarse en El Rocío, ya que las reservas se hacen de un año para otro. La mejor opción es hospedarse en las localidades cercanas de Matalascañas o Almonte o en Huelva directamente. Información: Logitravel.com.
De peregrino. Vivir El Rocío significa realizar la peregrinación por Doñana hasta la aldea. Le recomendamos que llegue primero en coche o autobús hasta Villamanrique de la Condesa el sábado antes de Pentecostés, para luego continuar caminando con las distintas hermandades.