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Huellas en Bruselas XII: Marguerite Yourcenar

La inolvidable autora de Memorias de Adriano nació en la céntrica avenida Louise de Bruselas, donde hoy la recuerda una placa casi oculta y un extraño monumento que, al menos, sirve de reposo y para tomar el sol.

"El ser al que llamo 'yo' vino al mundo un cierto 8 de junio de 1903, hacia las 8 de la mañana, en Bruselas...". Marguerite de Crayencour recuerda así su fecha y lugar de nacimiento en la trilogía dedicada a la historia familiar, una obra firmada, como todas las suyas, con un revoltijo de su apellido al que daría fama mundial.

El ser conocido como Yourcenar se convirtió en una de las figuras más importantes de la literatura en francés del siglo XX, en la primera mujer en incorporarse a la Academia de la lengua de Francia (como extranjera, porque se había nacionalizado estadounidense) y en una referencia para la cultura occidental.

Entre sus obras destaca Opus Nigrum (L'oeuvre au noir, 1968), la magnífica historia de un pensador, Zenón, en la Europa del tránsito hacia el Renacimiento bajo la cruenta vigilancia de la Inquisición. La novela está traducida al español por Emma Calatayud.

Pero el gran éxito de público le llegó con otra obra no menos fabulosa: Memorias de Adriano (Mémoires d'Hadrien, 1951).

En España tardó en triunfar. Hasta que Felipe González citó la obra como una de sus lecturas favoritas poco después de ser elegido presidente del Gobierno en 1982. Las ediciones estallaron. Y con un millón de ejemplares, se convirtió en la obra más vendida de la historia de la editorial Edhasa (aquí).

La traducción al español era de otro legendario autor, también nacido en Bruselas, no muy lejos de la vivienda familiar de los Crayencour: Julio Cortázar (aquí).

La casa de los Crayencour (Avenue Louise 193) donde nació Marguerite fue derribada, como tantas otras en Bruselas, en los años 60. En su lugar se encuentra hoy una galería comercial venida a menos, en la que una modesta placa recuerda a la escritora. Fuera, en el boulevard, una instalación (en la foto) del artista Jean-François Octave (ici) también rinde homenaje a la novelista. El laberinto se inauguró en 2003 con motivo del centenario del nacimiento de Yourcenar.

Hoy pasa desapercibido para muchos transeúntes que, probablemente, lo toman por uno más de los incoherentes testarros que abundan en las calles de la capital europea. Los bancos exteriores del laberinto se prestan al reposo soleado; y los del interior, parapetan besos furtivos o, incluso, dan cobijo a algún sin techo.

Bruselas también recuerda a Yourcenar con 14 citas (ici) de Opus Nigrum inscritas en el parque de Egmont, justo detrás del antiguo hotel Hilton (hoy The Hotel).

Bélgica ya reconoció la valía de Yourcenar en 1970, cuando ingresó en la Academia de la Lengua francesa (ici) como uno sus 10 miembros extranjeros (de un total de 40). La escritora Colette, que también dejó su huella en Bruselas (aquí), ya había pertenecido a la misma Academia.

Francia tardó mucho más. En 1981 ingresó en la Academia francesa con un discurso (ici) en el que recordó a escritoras "invisibles" que habrían merecido mucho antes el mismo honor, como George Sand, Staël o la propia Colette.

Pero las palabras de Yourcenar parecen más cargadas de resignación que de revancha ante la misoginia de una Academia "que simplemente se acomoda a la costumbre de colocar a la mujer en un pedestal pero sin permitirle todavía ocupar oficialmente un sillón". Tal vez, su múltiple identidad cultural, sexual y hasta de pasaportes facilitaban esa comprensión (que no aceptación) de errores ajenos.

"Este yo incierto y flotante, este ser del que yo misma cuestiono su existencia", relativizaba la gran escritora, tras una vida que arrancó con la muerte de su madre, belga, a los 11 días de su nacimiento como consecuencia de las complicaciones del parto. Infancia en el norte de Francia, estancias en Gran Bretaña y Grecia, visitas a Bélgica y Suiza... hasta que se instala en EE UU, junto a su compañera, Grace Frick.

Muy joven ya domina el francés, el inglés, el italiano... Combina los primeros escarceos literarios con la labor profesional, que le lleva a traducir a Virginia Woolf o a Cavafis. A raíz de la II Guerra Mundial, cruza el Atlántico y obtiene la nacionalidad estadounidense.

La sombra de Adriano persiguió a la escritora durante todo ese periplo, desde sus años de juventud. Pero "hay libros que no se deben intentar escribir antes de los 40 años", anotó. La historia del emperador le alcanzó definitivamente en 1948 en EE UU. En forma de maleta.

La escritora recuperó una valija procedente de Suiza repleta de recuerdos personales y familiares. Quemó gran parte de la correspondencia "con personas olvidadas y que me habían olvidado; vivas unas, muertas otras". Pero una carta llamó su atención. "Mi querido Marc...".

"¿De qué amigo, de qué amante, de qué pariente lejano se trataba?", se interroga. La escritora tarda unos minutos en comprender que su viejo texto alude a Marco Aurelio, el sucesor de Adriano a quien va dirigido el memorial del emperador. Era el único rastro del primer esbozo de la obra. "Desde ese momento", recuerda Yourcenar en sus notas, "ya no hubo duda en que debía reescribir el libro costara lo que costara".

"Mon cher Marc" se convirtió en la primera frase de una obra en la que Adriano asume el relato en primera persona. Yourcenar no se lo dedicó a nadie. "Debería habérselo dedicado a G. F.", escribió luego, "pero era un poco indecente poner una dedicatoria personal en una obra de la que yo misma me había borrado".

G. F., Grace Frick, fue su pareja (y traductora al inglés) durante casi 40 años, hasta su muerte en 1979 tras una larga enfermedad en la que Yourcenar permaneció constantemente a su lado. Después, retomará el camino con un joven músico, Jerry Wilson, con quien viaja de nuevo casi tanto como en su juventud. Hasta su muerte en 1987 en EE UU.

Foto: Instalación de homenaje a Marguerite Yourcenar en Bruselas (B. dM., 6-5-2016).

Huellas anteriores en este blog: Darío de Regoyos, José Ramón Larraz, Víctor Hugo, Rizal, Colette, Polanski, Calder, Buffalo Bill, Julio Cortázar, Agnés Carda, Karl Marx.

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