Tan-Tan-Tan-Taara-Tan (y Parte 3). El perro ¿el mejor amigo del hombre?
Adonis era todavía un adolescente cuando aprendió con Venus las delicias del amor. La propia diosa tenía un afecto tal por el joven que le dedicaba todas las horas posibles. Celoso, el díos Marte (amante de Venus) resolvió buscar el camino de la venganza: inspiró en el joven una ardiente pasión por la caza.
Adonis pasaba, desde entonces, la mayor parte del tiempo enfrentado peligros, escalando montañas y penetrando en densos bosques, en seguimiento de las huellas de las fieras. Venus lo acompañaba a todas partes, pero vivía previniéndolo contra los animales peligrosos: “Ten cuidado, no te expongas a peligros que amenacen mi felicidad”
Un día, mientras Venus descansaba a la sombra de un árbol, Adonis salió de caza. En el camino encontró un jabalí, y aunque lo alcanzo con una de sus flechas, el animal herido tuvo fuerzas para embestir al cazador y abatirlo mortalmente. Al oír los gritos de Adonis, la diosa corrió, con la esperanza de salvarlo. Pero lo halló ya sin vida.
El pintor italiano de la escuela veneciana, Veronés trata aquí el tema mitológico de los amores de Venus y Adonis. El pintor elige un momento clave muy concreto, a la vez que curioso: es la expresión máxima de los instantes inmediatamente previos en el que la calma se romperá para devenir en tragedia.
En la composición de la obra se combinan líneas horizontales y figuras estables (de quietud) con otras líneas quebradas y figuras inestables (de tensión). El punto central de interés, y del que parte todo, es la figura de un galgo que está de pie y que, a diferencia del que está en el suelo durmiendo, parece avistar algo y está deseoso de ir a su encuentro. Su fuerza se expande por todo el cuadro, generando tensión allí por donde pasa.
Venus, que acaricia y abanica a Adonis mientras este duerme sobre su regazo, mira de manera inquietante a Cupido que se esfuerza en retener al galgo para impedir que despierte al joven. Cupido, pero sobretodo Venus (a la que vemos de frente) parecen anticipar algo preocupante. La diosa intuye, no sin razón, que si Adonis despierta irá de caza y encontrará la muerte.
A pesar de la calma que reina en el rectángulo de quietud Adonis-perro durmiendo, la postura del héroe es un escorzo complicado que difícilmente puede interpretarse que esta cómodo. La copa de la que posiblemente bebió y dejó a su lado antes de dormir, se está cayendo, por lo que cabría interpretar que esta estabilidad es “falsa” o aparente.
Años más tarde Goya volverá a utilizar la figura de un perro para avisarnos de lo que puede estar por venir y lo hace en la obra “Perro semihundido” o, más simplemente, “El perro” que es una de las Pinturas negras que formaron parte de la decoración de los muros de la casa (La Quinta del Sordo) que Francisco de Goya adquirió en 1819.
La obra es una total ruptura de las convenciones de representación pictórica. No hay ilusión de perspectiva ni paisaje. Una simple mancha, posiblemente una sombra de algo que, al estar fuera del cuadro no podemos ver ni conocer en toda su dimensión, centra nuestra atención. La única referencia que tenemos de lo que puede ser, necesariamente lo debemos deducir por la forma en la que el perro mira ese acontecimiento, haciéndolo si cabe, más dramático.
Ambos perros miran fuera del cuadro algo que nosotros, simples espectadores, no alcanzamos a ver. ¿Qué nos advierten?. ¿Debemos estar atentos?
Ambos cuadros pueden verse en el Museo del Prado y las considero dentro del grupo de obras imprescindibles en una visita al mismo[1].
NOTAS:
- A pesar de su aparente simplicidad, o quizás gracias a ella, el pintor Antonio Saura calificó al "Perro semihundido" como "el cuadro más bello del mundo".