Sobre la educación
Parece discutirse –hoy como siempre– sobre educación, cuando en realidad se trata casi siempre del sistema educativo. Contemplados los términos en abstracto no hay razón para tal confusión. En efecto, el sistema educativo se presenta como un mecanismo formal de instrucción, íntegramente orientado por el mercado laboral. Por su parte, la educación incluye una dimensión, si no extraña, al menos impropia del sistema educativo. Pero sucede que habiendo sido abandonada esta dimensión por las instituciones a cuyo cargo tradicionalmente estuvo, ha de ser atendida ahora por el sistema educativo.
Me estoy refiriendo a la dimensión propiamente antropológica de la educación, anterior a la política y la economía: al Estado y al mercado. En esta dimensión discurría la llamada socialización primaria, cuyo agente fue tradicionalmente la familia. Entiéndase que la socialización primaria no sirve a la formación de un sujeto ya dado, sino a la elemental constitución del mismo. Es, en principio, la continuación sin contradicción de la función biológica, el momento espiritual de la reproducción humana. Pero la crisis de la familia –negada ante la superabundancia de nuevas formas familiares alternativas– supone la crisis de esta dimensión, anterior a la formación académica o profesional.
"La atmósfera y el horizonte de esta educación técnica son estrictamente económicos”
Ahora bien, la crisis de la familia conduce al sistema educativo a tener que satisfacer las funciones más elementales de la educación: no se trata ya de enseñar una u otra disciplina sino, por decirlo de modo sumario, de enseñar a vivir. El funcionario o el profesional de la educación se ven así obligados a satisfacer esa función primaria, elemental, civilizatoria. Pero aquí no estamos ya meramente ante un función de difícil desempeño, sino ante el misterio fundamental de constitución de la persona, que no veo cómo pudiera tener lugar fuera de la atmósfera cálida de la comunidad. En un contrato no cabe, en efecto, la exigencia de esa pedagógica entrega amorosa que demandan unos jóvenes aquejados de lo que Recalcati ha llamado complejo de Telémaco: una orfandad de desheredados.
Esta situación ha supuesto que sucesivas generaciones sean arrojadas a un mercado en el que habrán de ejercitar su función ciudadana de trabajadores-consumidores, ayunos de toda constitución personal. En el libre espacio social habrán de aprender a vivir a la intemperie y en constante crisis personal: pasto abundante para la polimorfa fauna terapéutica. Generaciones de individuos –presuntamente substantes– trazan hoy sus frágiles biografías como héroes de una identidad autopoética, negando una acuñación esencial que, sin embargo, jamás recibieron.
El funcionario o el profesional de la enseñanza se ven obligados a satisfacer esa labor civilizatoria
Por su parte, en el terreno de las grandes magnitudes sociales puede contemplarse como las sociedades ultramodernas de la Europa occidental han abandonado los llamados valores tradicionales y de supervivencia material en nombre de valores seculares-racionales y de autoexpresión o postmaterialistas. Aúnan la aceptación del divorcio, la eutanasia o el suicidio, el menor respeto hacia la religión, la familia o cualquier forma de autoridad, con una mayor atención a la ecología, la participación social y política y una amplia tolerancia a la diversidad sexual o cultural. Postulo que el paso que definen los grandes datos de las EMV (Encuestas Mundiales de Valores) no es ajeno a la crisis de la subjetividad tradicional y de las instituciones que la soportan.
Cualquiera puede juzgar este cambio en la estimativa de esas grandes cohortes de nuestras sociedades ultramodernas. En cualquier caso tiene un efecto notable sobre las instituciones educativas actuales. Empezaré por señalar que este hombre nuevo –posmaterialista y racional– es el resultado más reciente de un proceso multisecular y no refiere a los hijos de familias alternativas más de lo que refiere a los vástagos de las familias llamadas tradicionales, porque estas son la máscara insubstancial de formas de relación o comunicación olvidadas. Hace tiempo que la relación de padres e hijos se vio afectada por la gran transformación moderna que significa finalmente una sustantivación de la economía. La filiación tampoco ha escapado a los efectos de esa transformación. La educación que la familia moderna proporciona se atiene fielmente a los patrones de las ciencias y técnicas psicopedagógicas. En 1960 escribía Horkheimer: “La madre moderna ideal planifica la educación de su hijo casi científicamente, desde la dieta equilibrada a la relación no menos equilibrada entre la censura y el elogio, como recomiendan los libros de psicología vulgar…; incluso el amor es allegado como un elemento de higiene pedagógica”.
La atmósfera y el horizonte de esta educación técnica son estrictamente económicos. La inversión educativa trasciende el espacio escolar y alcanza al círculo familiar gobernando –como mostraba Foucault en 1979– “el tiempo que los padres consagran a sus hijos al margen de las simples actividades educativas propiamente dichas. Se sabe perfectamente que la cantidad de horas pasadas por una madre de familia junto a su hijo, cuando éste aún está en la cuna, serán muy importantes para la constitución de una idoneidad-máquina o de un capital humano”. Se entiende que los padres profesionalizados asistan a conspicuas universidades de padres. Hace más de dos siglos Comte veía dos inconvenientes morales de la ciencia: “hinchar y secar, esto es fomentar el orgullo y desviar el amor”. No son efectos despreciables.
Y estos jóvenes en busca de identidad, perfectamente aptos para las nuevas formas de trabajo y consumo, son el objeto reciente de la nueva pedagogía. Es viejo este hombre nuevo: en 1908, Chesterton fantaseaba una visita al superhombre: el joven, que nunca sale de su habitación y al que no es fácil estrecharle una mano, es de extrema fragilidad. Pero declarar su fragilidad es cometer un acto de soberbia autoritaria, porque su figura sólo puede medirse en sus propios términos: el superhombre crea su propio canon. Finalmente una corriente de aire lo mata, el ataúd que lo acoge no tiene forma humana. Pronto final de este adelantado del hombre posantropológico cuyos epígonos habitan hoy las aulas.
Fernando Muñoz es Profesor Del departamento de Sociología V. Universidad Complutense de Madrid