Ocho rincones con vistas bajo cero
Con los primeros copos, los paisajes se redibujan y se transformanen auténticas postales de Navidad.
Érase una vez en una pequeña y bonita aldea cubierta por la nieve...”, así podría comenzar cualquier cuento tradicional de Navidad, describiéndonos espectaculares paisajes y pueblos recónditos fruto, en apariencia, de la desbordante imaginación de los escritores. Como en otros ámbitos de la vida, en el turismo la realidad supera a la ficción y hay pueblos y ciudades que en invierno y a muchos grados bajo cero transforman aún más, si cabe, su singular belleza.
Al buen tiempo...
A orillas del lago Nahuel Huapi, rodeada por las montañas de los Andes e inmensos bosques, se alza Bariloche, la ciudad más visitada de la Patagonia y uno de los lugares más bellos del mundo. Acaba de encender su árbol de Navidad y cuando empieza a anochecer sus luces dibujan figuras que se proyectan como pequeños fantasmas sobre la laguna.
Con magníficas estaciones para los deportes de temporada, tendrá que esperar a junio para disfrutar en todo su esplendor del invierno austral y practicar el esquí, snowboard, esquí nórdico, heliesquí o paseos en trineo.
Si va ahora, con el verano a punto de comenzar, no le faltarán actividades al aire libre para divertirse, como la pesca con mosca de truchas y salmónidos y variadas alternativas deportivas, como trekking, rafting o caminatas por bosques milenarios.
También podrá subir a la mayoría de las cumbres que rodean la ciudad, incluso a la más alta, como el cerro Tronador, donde podrá contemplar el vuelo de los cóndores, las nieves perpetuas y sus sobrecogedores glaciares, entre ellos, el Ventisquero Negro, con sus estruendosas avalanchas de hielo.
La metamorfosis
La capital checa, Praga es otra pequeña maravilla monumental que en invierno y entre guirnaldas y luces centelleantes se vuelve mágica, se transforma. La plaza de la Ciudad Vieja –con su gran árbol navideño–, la de Wenceslao y cada rincón se visten de gala para las fiestas, sin mucha estridencia, porque Praga no necesita muchos adornos.
Como en toda Centroeuropa, los mercados, aquí con sus característicos toldos rojos, son una tradición. Déjese embriagar por el aroma del jamón recién asado y el licor de miel.
Si tiene suerte, contemple las vistas del río Moldava helado, combata el frío en cualquiera de los preciosos cafés de la ciudad y, si no le es suficiente, suba a lo más alto de la Torre del Reloj Astronómico y vuelva a helarse con la panorámica que divisa.
Colgado de la montaña
Fascinante es el paisaje natural de la sierra de Albarracín, con algunos de sus pueblos casi colgados a más de mil metros de altitud. La nieve invernal convierte a la pequeña villa de Albarracín ya otros pueblos de Teruel en una postal navideña.
Recorra sus empinadas y empedradas calles hasta llegar al casco histórico y contemple su pintoresca arquitectura con pinceladas árabes y medievales. Albarracín conserva restos de su antiguo castillo, sus magníficas murallas árabes, la catedral y palacios góticos y renacentistas.
Entre hadas
Con su porte medieval y monumental casco viejo, la capital de Estonia, Tallin, cautiva a primera vista. En invierno, con la ciudad bajo la nieve, dibuja un escenario de hadas donde sobresale la torre Pikk Hermann, de 46 metros de altura, en la parte alta de la ciudad.
Allí también captará su atención la catedral ortodoxa rusa de Alejandro Nevsky, con sus cúpulas en forma de cebolla.
Piérdase en sus callejuelas, patios y pasadizos y descubra sus mercados, el ayuntamiento –de estilo gótico– y la plaza homónima. En una de sus esquinas está la farmacia (Raeapteek) más antigua de Europa, con más 700 años, aún en funcionamiento y Patrimonio de la Humanidad.
El pan y la sal
Da igual la estación del año en que visite Hallstatt porque la belleza de este pequeño pueblo es sublime. Cubierto de nieve, parece un inmejorable teatro navideño. Rodeado de antiguos yacimientos de sal, a los que debe su nombre, este pueblo austriaco está atrapado entre el montañoso Salzkammergut y el lago Hallstätter.
En Navidad no puede perderse, además de las vistas, su mercado con puestos de comida, galletas y vino caliente; súmese al paseo con antorchas, para recorrer los más bellos lugares y no se asuste con el desfile de los Krampus, los diablitos de grandes cuernos que acompañan a Santa Claus en su visita a las casas.
Antes de los cerezos
Tendrá que trasladarse al otro lado del mundo, Japón, y adentrarse en sus montañas para quedarse absorto con el pueblo de Shirakawa-go. Solo las tenues luces que iluminan sus pintorescas casas de madera (gassho-zukuri) rompen la fascinante blancura del paisaje.
Con sus tejados inclinados de paja, para resistir el peso de la nieve, abundante en esta región, estas grandes viviendas cobijan a varias generaciones.
Es posible alojarse en una de ellas. Las flores de cerezo en primavera o los árboles de color escarlata en otoño no le restan espectacularidad al paisaje.
Con embrujo
Si el tiempo lo permite y la nieve cae, se quedará hechizado al vislumbrar la estampa de la roja Alhambra con sus palacios nazaríes, jardines y alcázar que la convierten en una de las cumbres del arte andalusí. Alterne la visita con escapadas a las pistas de Sierra Nevada.
Sin miedo al frío
Las luces navideñas en Aleksanterinkatu y el bullicio en el mercado de Santo Tomás ayudan a finlandeses y turistas a plantar cara a las primeras nevadas en Helsinki. El glögi (ponche caliente de vino con especias) alivia el frío en esta capital de cuento de Navidad.