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El Foco
Tribuna
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Madurez en Venezuela

Diecisiete años después Venezuela da un portazo al chavismo. No es un triunfo absoluto, tan solo una victoria. Pero es un cambio de ciclo, más que de percepción. Sin que ahora mismo seamos capaces de perfilar los fundamentos y anclajes de ese cambio al controlar aún férreamente el chavismo los resortes del poder ejecutivo y, de momento, el militar. La victoria del frente de la oposición en las legislativas, de un modo tan aplastante como insultante, es el síntoma más inequívoco del comienzo del final de un auténtico despropósito que ha sido el chavismo envuelto en la utopía bolivarista para llevar al desastre económico al país, hacer crecer aún más la corrupción y la arbitrariedad y relegar al país caribeño a unos índices catastróficos en cualquiera de los frentes, rubros o ámbitos que cualquiera pueda imaginarse.

La oligarquía chavista, coreografía bien instrumentada, el simplismo ramplón de su gobierno y estructura, se demagogia populista y falsamente redistribuidora, y la presencia en el gobierno de un Nicolás Maduro, pantalla o títere de otros, más que de sí mismo, como antes lo fue de un Chavez que no quiso entregar todo el poder a Cabello, empieza a ver su declive lento pero irreversible. Sus eslóganes tan falsamente retóricos como absolutamente vacuos, su movilización social sobre las clases más desfavorecidas a las que han dado las dádivas del petróleo al tiempo que las han cuasi militarizado, su control monolítico del poder que les ha llevado a interpretar, suspender y promulgar la ley a su antojo y conveniencia, incluido la ley electoral, dejan y sumen aún al país en el desastre. Venezuela tras casi dos décadas de tierra quemada pero sazonada con discursos y soflamas estériles y demagógicos es hoy un país desolado en lo social y en lo económico. Dependiente de China, próximo a Irán, controlado desde La Habana hasta cierto punto y perdido todos los resortes e imagen que, en algún momento tuvo Hugo Chávez, pero nunca el ventrílocuo de aquél, que es lo que ha sido su sucesor tan ungido como impuesto y capaz de inventar milagros y apariciones tan extravagantes como irrisorias, se encamina hacia un abismo de ruptura pero al tiempo de posible recomposición si la oposición, si los militares en suma, y el chavismo declinante, empiezan a pensar por una vez en democracia y libertad. Amén de justicia. Para ello el chavismo debe aceptar y actuar en consecuencia en su derrota en las legislativas, y no solo anunciarlo como ha hecho hasta el momento y no tratar de gobernar por decreto y por excepción.

La pésima campaña de Maduro, su bravuconería hueca e insultante, su insinuación y provocación constante con amenaza incluida de movilización social y rechazo de resultados días antes de la victoria aplastante de la situación evidencian el estado de ánimo pero también de soberbia y miedo a un mismo tiempo de quiénes de verdad ven que el poder lo perderán. La demagogia y la absoluta incapacidad de gestión y gobierno de Maduro ha elevado la tensión, el enfrentamiento pero también la amenaza verbal. Con una democracia tan seriamente deteriorada como poco creíble, el país ha volcado el juego político con un mandato claro, el chavismo ha sido barrido en las elecciones legislativas de cambio de parlamento el vuelco electoral ha sido absoluto.

La imagen de unión de todos frente a Maduro y la visibilidad internacional de una incansable Lilian Tintori, valiente y audaz, con un coraje extraordinario desde la detención primero y luego farsa y juicio de su marido Leopoldo López, al lado de personajes como el también encarcelado alcalde de Caracas, de Capriles, de Machado y un largo etcétera han cambiado el panorama. Veremos ahora hasta dónde puede y dejan llegar ese cambio y ese panorama.

La carestía, el desabastecimiento de alimentos, medicinas y bienes de primera necesidad, el precio actual del petróleo, en el momento de las elecciones a 34 dólares para unos presupuestos de 2015 donde se condicionaban a 60 dólares, la devaluación depauperada de la moneda, la inflación, y un largo etcétera, amputan la viabilidad y la realidad de un país que convulsiona y se escora hacia una fractura irreversible. La mordaza y hostigamiento a medios de comunicación no afines, la persecución más o menos velada de políticos de la oposición, la violencia en las calles, el miedo y la amenaza si el resultado es adverso a los intereses personales de quiénes hoy ostenta, o quizás, detentan el poder, añade si cabe una mayor preocupación internacional.

Sin duda y sin ser excepción en un país que ha conocido durante pocos años la democracia de verdad en su historia, el protagonismo lo tendrán los militares. Se apunta que en estas elecciones, tras intentos del gobierno de golpearlas y mancillarlas, alargando hasta en dos horas la jornada de voto y retrasando los resultados, los militares han obligado al gobierno de Maduro a reconocer lo inevitable. Se habla del pulso entre el ministro de Defensa, el general padrino y el número dos del régimen chavista, Cabello, otro presidente en la sombra y a la sombra de Maduro pues ambos reparten su poder en el ejecutivo, ha sido determinante para evitar el fraude y elevar la tensión ante la actitud del Gobierno hasta el último momento.

Algo empieza a moverse en Venezuela, al tiempo que, en toda América Latina, la desventura del bolivarismo vacuo y estéril, empobrecedor y divisor, empieza indefectiblemente a declinar. Hoy más que nunca urge que los presos políticos, ilegal e ilegítimamente retenidos en las cárceles, sean liberados. Pero también que el país camine hacia una transición pacífica y ejemplar entre todos.

Abel Veiga Copo es profesor de Derecho Mercantil en Icade.

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