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Tribuna
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Avances tecnológicos y humanismo

El ritmo al que evoluciona la tecnología es tan frenético que es fácil caer en el error de concebir el progreso técnico como una entelequia, un fenómeno que encierra el principio de su acción en sí mismo en lugar de en la sociedad sobre la que se cimienta y a la que debe su razón de ser.

Esta reflexión se hace especialmente ineludible ante la acelerada transformación digital que afecta a las economías avanzadas, y que nos sitúa ante profundos cambios en las reglas de juego y convivencia establecidas.

Los gobiernos se ven confrontados con riesgos hasta hace poco desconocidos y potencialmente ubicuos; las empresas tienen que desenvolverse en entornos cambiantes y apoyarse en modelos de negocio cada vez más efímeros; los trabajadores ven cómo la inteligencia artificial amenaza con desplazarles de ámbitos que habían escapado a la implacable tecnificación; la ciudadanía tiende a perder control sobre derechos de su esfera más personal... Por si fuera poco, ha surgido un nuevo tipo de delincuencia especializada en explotar muchas de estas vulnerabilidades que la implantación masiva de la tecnología ha abierto en nuestras vidas.

Ante este panorama, es urgente reforzar la educación en ciencias, tecnologías, ingeniería y matemáticas, sin dejar de cultivar el lado más creativo y comprometido de las humanidades –disciplinas Steam, por sus siglas en inglés– como vía para evitar que el individuo quede descolgado del gran salto productivo que está aconteciendo.

Pero, además, resulta imperativo que las organizaciones que pilotan este proceso de cambio tomen conciencia de que asegurar que el progreso técnico se convierta en progreso para la humanidad exige de una respuesta concertada.

Ya en los años 90 Etzkowitz puso de relieve en su teoría de la triple hélice que en la era postindustrial se impone que administraciones, empresas y entidades del conocimiento colaboren en el proceso de la innovación frente paradigma lineal de I+D. Ahora cada vez es más patente que ese marco de colaboración también es necesario para hacer frente a los desequilibrios y disfuncionalidades que el resultante aluvión de soluciones tecnológicas ha provocado. Las escuelas de negocio formamos parte necesariamente de ese esquema colaborativo, pero no solo como meras correas de transmisión de conocimientos técnicos y de gestión desde el ámbito académico hacia los cuadros directivos del sector público y empresarial.

Las business schools tenemos la responsabilidad de facilitar que esa hélice de tres palas, además de girar a pleno rendimiento, lo haga en la dirección correcta. En este sentido –y quizá parte de la deshumanización que nos aflige como sociedad sea consecuencia de ello–, es necesario que redoblemos esfuerzos por hacer que la educación, y particularmente la ejecutiva contribuya a hacer que los líderes y profesionales llamados a construir el futuro desarrollen, junto a competencias y habilidades directivas, un sentido más trascendente y humanista acerca de la actividad que impulsan desde sus organizaciones.

Se trata de que nuestras instituciones apoyen los procesos de toma de decisiones integrando en la formación en management y otros campos emergentes como big data o la ciberseguridad contenidos encaminados a servir de guía a la hora de valorar cómo afectan esas decisiones a las personas y a la comunidad en que viven.

No cabe duda de que el humanismo es un bien moral que puede convertirse en un poderoso aliado a la hora de salvar las contradicciones que se han abierto con el avance de la sociedad del conocimiento. Procurar que los valores y comportamientos correspondientes estén presentes en los de quienes pavimentan el camino es asegurar que la civilización no trastabillará en su marcha.

Luc Theis es director general de Deusto Business School.

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