El millonario invisible
El textil y la moda escalan posiciones en la lista Forbes de España. Amancio Ortega, fundador de Inditex –el hombre más rico del país–, e Isak Andic, presidente de Mango, dan la bienvenida a Thomas Meyer, creador de Desigual, dentro del club de los más ricos. El también consejero delegado de la firma, con sede en Barcelona, se ha sumado a la lista como la fortuna número 11 del país, con 2.500 millones de euros, tras la entrada del fondo galo Eurazeo en el capital de Desigual, operación que valoró a la compañía en 3.000 millones de euros.
Desigual ha experimentado en los últimos años un crecimiento exponencial, alimentado por la apertura de nuevos puntos de venta en todo el mundo y por la diversificación de las líneas comerciales. La marca está presente en 109 países con 548 establecimientos, más de 7.500 tiendas multimarca, 2.800 espacios en grandes almacenes y 9.000 puntos de venta de nuevas categorías. Sin embargo, el modelo de negocio, el mismo que ha llevado a Meyer a codearse con la élite española, ha tenido que someterse este año a un reexamen.
La empresa, que hasta 2014 era un fenómeno de la moda española, pasa por una “profunda revisión” que le permita resolver los problemas que la han llevado a ganar un 26% menos en el primer semestre de 2015. El producto, la red de tiendas y un nuevo equipo directivo serán los ejes sobre los que se desarrollará el cambio de Desigual, que cerró el ejercicio 2014 –el primero tras la entrada del fondo galo en su capital–, con una facturación de 963,5 millones de euros, una cifra por debajo de sus objetivos (que pasaban por alcanzar los 1.000 millones de euros). Su beneficio neto fue de 134,9 millones de euros.
La progresión “moderada”, señala Eurazeo, se debe “principalmente a una elevada tasa de penetración en mercados maduros y la contribución todavía limitada de los nuevos mercados”. Su nuevo plan estratégico, que estará listo antes de terminar el año, contempla una “renovación de la organización para potenciar la innovación en el producto” y “optimizar” la red de tiendas. Meyer, que asumió el cargo de consejero delegado el pasado mes de mayo, tras el cese de Manel Jadraque, quiere pilotar y liderar este cambio.
De Thomas Meyer, nacido en Basilea en los 60, se dice que guarda con celo su vida privada. Muchos son los medios que han intentado sin éxito obtener información personal o una entrevista de este empresario cuya trayectoria se inició en Baleares, donde cambió los clásicos I love Ibiza de las camisetas por manchas caleidoscópicas. Llegó a Barcelona siendo un niño, pero fue en Ibiza donde creó su tienda de mayor éxito y fue allí donde nació Desigual, en 1984. El origen es conocido: el empresario reconvirtió en cazadoras una partida de 3.000 vaqueros con la técnica de patchworking (coser remiendos) y decidió arropar su proyecto con una marca. Fue Isabel Coixet, la directora de cine, quien le propuso hacerlo bajo el nombre de Desigual. No es lo mismo.
“La vida es chula” para Meyer y Desigual, frase con la que pretende definir el concepto de su compañía. Aunque el empresario suizo ha tenido que recorrer un camino de rosas y espinas hasta lograr consolidar su marca de ropa como una importante firma de moda.
Después de tener que declarar a la suspensión de pagos en 1988, tomó la primera decisión clave en la historia de la empresa: continuar adelante con la marca. La empresa remontó poco a poco. En 1992, Meyer cruzó el Atlántico en velero y conoció al empresario catalán Manel Adell, un directivo sin experiencia en el mundo de la moda. Durante el viaje ambos trazaron lo que sería el plan estratégico de la futura Desigual. Diez años después, Meyer lo confió todo a Adell, a quien desde 2002 designó como primer oficial al timón de la compañía. En 2012, en el momento de revisar el contrato que les unía en la sociedad y con una amistad que se había empezado a romper, acordaron la salida de Adell a cambio de 200 millones de euros.
En 2008, Desigual se hizo con un Oscar del retail, un premio otorgado por Reed Midem –líder mundial en la organización de ferias de comercio y consumo–. Ello supuso un triunfo que reconocía la estrategia empresarial de captación de clientes de la firma y el uso innovador del espacio en los puntos de venta. Pero no todo fue fácil para la compañía de moda. La marca catalana tuvo que enfrentarse a una demanda de los hermanos Dalmau, propietarios de Custo Barcelona, por plagio. Según ambos, las colecciones de Meyer eran una copia de su apuesta por una moda atrevida, colorista y rompedora. Finalmente, la denuncia quedó en el olvido.
Apenas se sabe que algunas de las pasiones de Meyer son el mar –comparte barco con un grupo de amigos con los que habitualmente realiza largas travesías–, el esquí y la montaña. Vive en el barrio del Born de Barcelona, con su pareja actual y su última hija (tiene otras dos de una relación anterior). Sus vecinos de la Barceloneta aseguran que acostumbra a coger la bicicleta para desplazarse por la ciudad, donde huye de actos sociales, aunque sean de ocio.
Sus seguidores lo llaman el millonario invisible. Su discreción es lo opuesto a lo que proyecta la marca que ha creado, que no teme mostrarse controvertida en sus campañas publicitarias. Meyer es el artista y director de orquesta del equipo de Desigual. En las reuniones para definir la línea de cada temporada explica a los diseñadores cuáles deben ser las claves. No se fabrica nada a lo que no haya dado el visto bueno.
“Es una de esas personas muy especiales que ha creado un imperio de la nada y a las que siempre tienes que darles la razón”, explica un extrabajador. Otro, sin embargo, contradice esta idea: “Es humilde, muy próximo al resto de sus trabajadores, que sabe salir de sus propias ideas, aunque antes tienes que argumentárselo muy bien”. Desigual, al igual que el Barça, presume de ser, más que una marca de moda, una filosofía de vida.