De mi corazón a mis asuntos
La elegía que el poeta Miguel Hernández, sumido en la desolación, dedica a su compañero del alma Ramón Sijé, a quien acababa de perder en Orihuela, señala: “Ando sobre rastrojos de difuntos/ y sin calor de nadie y sin consuelo/ voy de mi corazón a mis asuntos”.
Así parecen ir estos días algunos próceres de la economía tras la propuesta de declaración presentada en el Parlamento de Cataluña por los grupos parlamentarios de Junts pel Sí y la CUP. Van de su corazón a sus asuntos sin querer encontrarse con nadie.
Ya dijo Pascal que el corazón tiene razones que la razón no entiende. Por eso, nos advertía certero el rey Felipe VI al entregar en Oviedo los Premios Princesa de Asturias el viernes, día 23, “que nadie levante muros con los sentimientos”. Advertencia de extraordinaria oportunidad cuando tantos se afanan estos días en la construcción de la otredad, del charnego a escarnecer con un punto xenófobo, pero, oiga, sin alcanzar la cota de desprecio que ponen los purasangres arios en la exaltación del narcisismo de las pequeñas diferencias, como nos enseña Michael Ignatieff en su libro Sangre y pertenencia, editado por El Hombre del Tres. Será revelador observar cómo transitan de su corazón a sus asuntos algunos relevantes próceres de la economía, la banca, la empresa, el deporte, la filatelia, la iglesia o los medios de comunicación.
Por ejemplo, la cúpula de La Caixa, de Banc Sabadell, de los vinos espumosos, de la aeronáutica, del automóvil, de las grandes cadenas hoteleras, de la edición o del ¡sursum corda! Porque ya se sabe que la vida es un mix entre los principios y los intereses.
La impresión, a distancia, es que el exceso de griterío sobre la venida del lobo impregnó de escepticismo a muchos que terminaron convencidos de que perro ladrador, poco mordedor. De ahí que prefirieran agarrarse al cálculo de probabilidades, descartaran la capacidad de enloquecimiento y dejaran de trabajar sobre la hipótesis más peligrosa que estos días ven avanzar espantados como un tsunami. Mientras, los del Parlament proclaman una especie de zona de exclusión que prohíben a los demás, como hizo Margarita Thatcher en las Malvinas y la coalición sobre el cielo de Libia cuando la emprendieron con Gadafi.
Esa es la senda más fácil para la instauración del sectarismo; la del que quien no está conmigo, está contra mí; y la del que quien no recoge conmigo desparrama. Entonces, llegan los compañeros de la CUP y saltan como panteras para indignarse porque los Mossos d’Esquadra hayan obedecido la orden del juez y procedido en consecuencia a detener a los anarquistas acusados de colocar explosivos en las calles de Barcelona.
Puede que sea buen momento para repasar algunos escritores claves libertarios y contrastar la pervivencia del principio que aboga por que cada uno se tome la justicia por su mano y aplique al adversario la pena que considere proporcional sin referencia a código penal alguno.
Desde otra perspectiva pudiera ser que los independentistas se encontraran al final de la escapada. Y cargado de razón al adversario. Habrá premios a la adhesión y castigos a la disidencia. De un lado quedarán los adictos y de otro, los desafectos. La disidencia volverá a considerarse síntoma de decadencia.
Acompañaremos a Rafael Sánchez Ferlosio (véase su libro Campo de retamas en Random House) para verificar su pronóstico de que vendrán más años malos y nos harán más ciegos y con Gabriel Celaya escucharemos maldecir de las libertades concebidas como un lujo cultural por los descomprometidos.
Miguel Ángel Aguilar es periodista.