Temporalidad y estabilidad en el empleo
El crecimiento del empleo en el último año es innegable y las perspectivas para los próximos meses apuntan, razonablemente, en la misma dirección. Sin embargo, sería absurdo negar que existe una percepción social de inseguridad que choca con el dato de que 75 de cada 100 trabajadores tiene hoy un contrato indefinido. Creo que el empleo estable, como reto, es irrenunciable. Ahora se trata de reformular las bases sobre las que debe asentarse una estabilidad para la que ya no es suficiente un contrato, sea de un tipo o de otro. Los trabajadores, empezando por los que se han incorporado al mercado en los últimos años, perciben con claridad que la seguridad y la mejora estarán ligadas siempre a la evolución de la empresa y a la capacidad del trabajador de aportar implicación, conocimientos, experiencia y adaptación a los cambios.
Por otro lado, hay que decir claramente que temporalidad no equivale a precariedad y jugar con esa ambigüedad es, por lo menos, poco responsable y dificulta abordar eficazmente ambos fenómenos. La precariedad, como tal, es sencillamente inaceptable y contradice la dimensión ética que comporta la responsabilidad de contratar. El empleo precario se identifica, tal como se define por la OIT, como el caracterizado por unos contratos laborales atípicos, con prestaciones sociales y derechos laborales limitados o ausencia de los mismos, niveles elevados de inseguridad laboral, escasa permanencia, sueldos bajos y gran riesgo de lesiones y enfermedades laborales. Y dentro de esta categoría hay que incluir el empleo no declarado que se deriva de la economía sumergida, con su carga letal de exclusión del mercado, pérdida de derechos, competencia desleal y lesión a las arcas públicas, que son de todos. El empleo no declarado debería ser objeto de especial atención en el próximo escenario político y hay que exigir que los partidos se posicionen sin ambages al respecto y el nuevo Gobierno incluya medidas efectivas para su erradicación o, cuando menos, su drástica reducción.
La temporalidad bien gestionada, de forma profesionalizada y con todas las garantías a través de empresas de trabajo temporal o bien directamente por las empresas, debe responder a necesidades específicas de estas; no tiene sentido para atender necesidades permanentes y debe ser también una herramienta con diversos objetivos: acceder al mercado de trabajo, conciliar los intereses personales, adquirir experiencia, facilitar la adaptación de las empresas o emprender proyectos. Dependerá de los gestores el lograr que sea un tránsito positivo hacia una mayor estabilidad gracias a una buena diagnosis, un adecuado ajuste entre persona y puesto y una formación para el empleo siempre orientada a los cambios futuros en los sectores y en las profesiones. Esa es la función de la empleabilidad: incorporar factores de seguridad, de expectativa y de crecimiento personal basados en las propias fortalezas y en un mercado inclusivo que facilite su acceso.
Empleabilidad es, por un lado, alinear las propias capacidades, experiencia y conocimientos con los trabajos a los que optar. Y, por otro lado, partir siempre de la idea de que los constantes cambios a los que se ven conducidas las empresas para orientarse, a su vez, a los requerimientos de sus clientes van a demandar una capacidad de adaptación mayor y una permanente adquisición de nuevos conocimientos. La empleabilidad nos da seguridad en la medida que nos permite acceder a un puesto de trabajo, conservarlo aportando valor constante a nuestra empresa y cambiar de trabajo si, por cualquier circunstancia tenemos que buscar otro empleo. Y en esa seguridad, la actitud juega un papel primordial. Si partimos de la base de que los trabajadores en situación de empleo temporal deberían contar con un entorno que incluya elementos reforzados de estabilidad mediante una inversión en mejora de su empleabilidad, hay que reconocer que, objetivamente, las empresas de trabajo temporal (ETT) reúnen la mayor cantidad de acciones para garantizar, por un lado, una igualdad de trato y retribución con respecto a los trabajadores de la empresa usuaria y, por otro lado, un esfuerzo extraordinario en formación que garantiza el desempeño del puesto de trabajo en condiciones de competencia profesional y de seguridad y salud en el trabajo.
Se trata, pues, de conseguir una confianza en el futuro a partir de un marco claro y de nuevas seguridades basadas en la empleabilidad de las personas y en una gestión profesional eficaz, que pueden ofrecer, como sucede en el resto de Europa, agencias privadas de empleo y empresas de trabajo temporal serias y solventes.
Andreu Cruañas es presidente de Asempleo