La UE y Turquía se distancian cuando más se necesitan
El próximo sábado (3 de octubre) se cumplen 10 años de infructuosas (por no decir inútiles) negociaciones para el ingreso de Turquía en la UE. Dos días después, el presidente de ese eterno candidato, Recep Tayyip Erdogan, visitará Bruselas en un desesperado intento por ambas partes de reconducir unas relaciones cada vez más deterioradas.
(Texto publicado en la versión digital e impresa de Cinco Días, 21-9-2015)
El próximo 3 de octubre se cumplen 10 años desde la apertura de las negociaciones para la adhesión de Turquía en la UE. Y el proceso no solo está estancado, sino al borde del parón definitivo. De los 35 capítulos que componen la negociación, solo se ha cerrado uno provisionalmente (el de Ciencia e Investigación, en 2006), otros 14 siguen abiertos desde hace años y los 20 más importantes ni siquiera se han abierto como consecuencia del conflicto sobre el norte de Chipre.
A pesar del estancamiento, el proceso se ha mantenido aparentemente vivo para ofrecer una perspectiva europea a uno de los pocos países de mayoría musulmana donde el modelo democrático había echado raíces. Pero la creciente resistencia de los socios de la UE a acoger a Turquía como miembro y la espiral de violencia que amenaza con desestabilizar al país candidato están llevando hacia una definitiva vía muerta el proceso iniciado hace 10 años.
La ruptura acecha cuando Turquía se ha convertido en una pieza clave para Europa en la gestión de la crisis migratoria y del suministro energético. En menos de cinco años, Moscú pretende derivar hacia el país presidido por Recep Tayyip Erdogan el 40% del gas que ahora llega a Europa a través de Ucrania. Y en Turquía se encuentran casi dos millones de refugiados de Oriente Medio, sobre todo de Siria, que podrían emprender camino de Europa si no ven posibilidad de regresar en paz a sus países.
Para los (cada vez más escasos) partidarios de la integración de Turquía en la UE, esas turbulencias geoestratégicas confirman la imperiosa necesidad de que el club europeo absorba de una vez por todas a una pieza fundamental del rompecabezas europeo del siglo XXI.
Pero la realidad de 2015 no secunda esos deseos. Y diez años después de que empezasen las negociaciones de la adhesión, la relación entre Bruselas y Ankara es mucho más tensa que en los últimos años.
“Estoy muy preocupado por la espiral de violencia en que está cayendo Turquía”, señaló la semana pasada el presidente del Parlamento europeo, el socialista alemán Martin Schulz, tras denunciar tanto los atentados terroristas de origen kurdo, como los ataques aparentemente instigados por el partido de Erdogan contra las formaciones rivales y la prensa crítica. Los ministros de Interior de la UE fueron aun más lejos en su reacción y el pasado lunes retiraron a Turquía del proyecto de lista de “países seguros” a efectos de peticiones de asilo, es decir aquellos en los que cabe suponer que ningún ciudadano se sentirá perseguido ni tendrá que huir.
La Comisión Europea ha criticado la decisión (que todavía no es firme) porque da a entender, de facto, que Turquía no cumple los llamados criterios de Copenhague en cuanto a Estado de derecho y libertad y, por tanto, no puede aspirar al ingreso en la UE. Un portazo en toda regla que hasta ahora solo defendían algunas delegaciones nacionales del Partido Popular Europeo, pero que empieza a convertirse en la opción mayoritaria.
Erdogan también parece haber asumido que la vía europea no conduce a ningún sitio y busca estrechar contactos tanto con su patio trasero (como Armenia o Azerbayán), como con Moscú, otro histórico amor imposible de Turquía.
Bruselas todavía confía en que las elecciones del próximo 1 de noviembre arrojen un resultado que evite una deriva de Erdogan hacia posiciones difícilmente aceptables por la UE. Pero, de momento, las alarmas están encendidas ante un posible desencuentro definitivo.
Los partidarios de dejar a Turquía fuera de la UE proponen como alternativa el ofrecimiento de un estatus especial y singular que reconozca la relación privilegiada que ese país (miembro de la OTAN) mantiene con la UE desde 1963, cuando se firmó el Tratado de Asociación.
Según esa tesis, se apoyaría a Turquía política y económicamente, a cambio de pedir su colaboración en los asuntos internacionales que afectan a la UE. Bruselas, por ejemplo, ha ofrecido ahora 1.000 millones de euros a Turquía para colaborar en la atención a los refugiados y ha elogiado la atención que Ankara les dispensa, con la mayoría de los ya instalados fuera de campamentos.
Pero una parte de la UE teme que, sin posibilidades de integración, el gigantesco país rompa del todo su anclaje con el proyecto europeo.