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Postal desde una región que añora a los Borbones

"Estábamos mejor con los Borbones españoles que con el Gobierno de Roma".

La frase se repite con inusitada frecuencia en el sureste de Italia, una zona que formó parte del Reino de las dos Sicilias (1734-1861), establecido tras la instauración de la dinastía borbónica en Madrid en el siglo XVIII y que fue el punto final a más de 300 años de estrecha relación entre la península ibérica y la itálica.

La España actual no guarda una memoria demasiado viva de aquel último período de convivencia entre la corona española y las tierras italianas. Sólo en Cataluña se recuerda el cambio dinástico de 1700, pero como algo negativo para muchos, pues supuso la pérdida de los fueros.

En el tacón de la bota italiana, en cambio, hay quien todavía evoca el reinado de los borbones sicilianos (dependientes, pero no integrados en la corona de Madrid) como una etapa de orden y progreso a la que presuntamente puso fin la unificación de Italia en 1871.

"Nos iba mejor con los Borbones". La primera vez que lo escucha, el viajero procedente de España piensa que se trata de una cortesía hacia su país de origen. Pero luego se repite en ambientes y lugares muy distintos de Puglia, hasta que la frase acaba por sonar a verdadera morriña, aunque sea anacrónica.

Tal vez, el grato recuerdo de aquel reinado con capital en Nápoles sea sólo una mistificación más de la historia colectiva, a la que son tan dados los pueblos que no están demasiado satisfechos con su presente. En Italia, las propuestas de cambio no acaban de cuajar. Y sin perspectiva de futuro, quizá resulte inevitable que algunos miren al retrovisor, tanto al de dentro como al de fuera.

Buena parte de Italia, no sólo en el sur, parece harta de un modelo político y administrativo tan envejecido como inoperante. Desde 2011, el país está gobernado por primeros ministros que no han ganado en las urnas (como Monti o Renzi) o que lograron la mayoría parlamentaria gracias a una ley electoral de dudosa legitimidad democrática (como Letta, cuya coalición superó en 2013 a la de Berlusconi por apenas tres décimas porcentuales, pero logró casi el doble de escaños).

El desprestigio de la clase política, la desconfianza hacia el estamento judicial y el deterioro de la economía (prácticamente estancada desde el nacimiento del euro) parece llevar a los italianos a admirar y hasta envidiar la estabilidad y la vitalidad que intuyen en otros países, incluida España.

Los anfitriones italianos se entusiasman con el continuo rejuvenecimiento de la clase política en España (en la gerontocracia italiana, la "juventud" del actual primer ministro es una excepción); se deshacen en elogios hacia la pujanza de la industria turística española (que se aproxima a Francia en número de pernoctaciones mientras Italia puede perder el tercer puesto de de ese ranking frente a Alemania); observan atónitos la continua expansión del AVE (en Italia, el tren de gran velocidad no pasa de Nápoles)...

De poco sirve recordarles la potencia industrial de su país, la riqueza incomparable de su patrimonio histórico, cultural y gastronómico, el éxito mundial de sus principales marcas... En estas regiones del sur, más próximas de Tirana que de Milán, esas hazañas parecen sonar como algo más remoto que el reinado de Carlos III.

Bizarro, sin duda. Pero lo cierto es que en estas costas de de música taranta y de torres desmoronadas (construidas a centenares desde Carlos V como defensa frente al sarraceno), en estas tierras de olivos, vides y chumberas, se percibe una mirada hacia España mucho más calurosa que en otros rincones de Europa donde también hubo presencia castellana y aragonesa.

Foto: chumbera en Ostuni (B. dM. 21 de agosto de 2015).

Postales anteriores: Riga (Letonia), Vilna (Lituania), Irlanda, Hamburgo, Saariselka (Finlandia), Luxemburgo, Madrid, Atenas, La Restinga (El Hierro), Wroclaw (Polonia), Vila Nova de Cerveira (Portugal).

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