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Tribuna
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Baño de realismo

Tras el 24 de mayo irrumpe la certeza. O quizás, en realidad, la constatación de una realidad fáctica clara. Se acabaron las percepciones. También los estados de ánimos colectivos. El ciudadano ha expresado con claridad su visión específica de la política. De cómo ve, qué no percibe, al político. Su escrutinio ha sido total, su radiografía, nítida. Nada es casual, sí causal.

España no es Reino Unido y el voto de castigo ha sido durísimo. Saber entenderlo, quererlo comprender es el reto que hoy tienen los partidos políticos. Castigo, debacle y renovación más allá de la cosmética de la regeneración tantas veces anunciad.

Los viejos y los nuevos, los que emergen con un discurso aparentemente diferente, pero sin concreciones claras y contundentes. Son fruto de la crisis axiológica, económica y social en la que nos hemos instalado en los últimos años. Sin esta, difícilmente serían; con esta, veremos si seguirán siendo a futuro, no el inmediato, pero sí el mediato.

Cuando las aguas vuelven a ese estanque, o esa palinodia en que la política fue reconfigurada, lenta, pero inexorablemente. La letargia despierta. Se acaba esa vigilia amnésica. El veredicto de las urnas solo es una primera vuelta, pero punto de inflexión, de lo que sucederá en unos meses. No hay más ciego que el que ve y se empeña en no querer ver, pero también en no querer, saber escuchar.

El distanciamiento de la calle, de los problemas reales y micro de los ciudadanos, las familias, son ignotos aún para muchos políticos. La política no son 15 días de acercamiento, de mítines, de cosmética y maquillaje y de cierta hipocresía forzada. Son 365 días al año, cada año. Y el electorado ha castigado la arrogancia tamizada de soberbia, la distancia camuflada, además, en una falta de comunicación.

Más de dos millones y medio de votos han dado la espalda al partido del Gobierno y hegemónico en el poder territorial de España. Nunca nadie tuvo tanto poder ni tampoco tanto que perder. No desdibujemos la realidad. Ganar sin gobernar es perder. Es quedarse en la vía de un andén muerto. Nadie en este país sabe y quiere hacer oposición de verdad. Todos dicen estar preparados para gobernar, aunque no lo estén.

Gana la democracia, gana la revitalización del sistema lo sucedido el pasado domingo. Se debilita, y ya van dos elecciones, el bipartidismo. El que conocimos en la transición, el que ha dominado escena y proscenio, pero también buena parte de la historia política de nuestro país. El que relajó la finezza política, la diligencia, el saber hacer, pero también el querer hacer las cosas bien.

La fragmentación partidista y, por tanto, política ni es buena ni es mala. Es el espejo y reflejo de una sociedad que manda un mensaje sumamente claro, se acabaron las mayorías absolutas. Pacten, transen, acuerden, consensuen, hablen y cumplan. Ese es el mensaje. El que será controlado en cuatro años en las urnas. Es el tratamiento a una enfermedad, el cansancio de un sistema deliberadamente introducido en un túnel. No hay diagnóstico, porque es la calle, la sociedad, el electorado, el verdadero y único protagonista. El mismo que, durante demasiado tiempo, ha querido conscientemente estar ausente, apático, pasivo y mirando hacia otro lado. Lo que nunca debió ser en una sociedad que se dice madura, pero que, sin embargo, no lo es.

Son muchas las lecturas, muchos los análisis. Se pueden hacer y se harán. Hoy los partidos, sus ejecutivos, solo ven a corto, el escenario de coaliciones, de acuerdos de gobierno, de pactos, de gobiernos en minoría y el anatema sofocante de las elecciones legislativas de fines de año. El que no deja ver todavía el movimiento y el sentimiento real de todos los partidos. La estrategia es no enseñar todas las cartas. Menos si en noviembre se libra la verdadera batalla. Pero el pasado domingo, pese a la incertidumbre, había ilusión y recuperación en la confianza en la política por la sociedad. Ese es el triunfo, al menos el moral de la liza electoral.

El mensaje ha sido enviado al corazón de los partidos. Veremos si también a su razón. Y algo late con fuerza, el cambio generacional en una sociedad que quiere comprometerse con lo público y la política. Solo por eso debemos felicitarnos. Pero no tardarán los demiurgos de la demagogia en seguir crispando, tensionando, la vida política. Es a lo que nos han acostumbrado en este solaz y desmadejado país. El futuro solo depende de nosotros escribirlo. Escribámoslo pues. Baño y dosis de realismo. El juego se reparte. Se acabó gobernar de espaldas a la sociedad. Pero también es cierto que muchos que votaron a los partidos de izquierda y emergentes, no saben realmente qué van a hacer y cómo gobernar los nuevos. Coaliciones. Todo por hacer. Y dos partidos que desaparecen, se veía venir, UPyD e IU engullida la primera por Ciudadanos, el segundo, por Podemos.

Abel Veiga Copo es profesor de Derecho en Icade

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