La grieta
¿Miedo al cambio? ¿Quién tiene más miedo, si es que el mismo existe en estos momentos? ¿Quién mide o mensura el cambio? ¿Cambio de qué? A menos de un mes de saber con exactitud el verdadero estado de ánimo del electorado, los partidos tradicionales no esconden su nerviosismo, pero tampoco los nuevos que están a punto de llegar, y por lo menos, para quedarse un tiempo. El bipartidismo no ha muerto, pero cede su protagonismo y su fuerza a nuevas formaciones en un nuevo escenario donde el pacto y los acuerdos no se antojan como antaño inhóspitos o simplemente se censuran.
Se acaban las mayorías absolutas aplastantes. Algunos vinculan su futuro precisamente a la posibilidad del pacto y hacen tabla rasa. Tanto hacia la derecha como hacia la izquierda, habida cuenta de que el centro es ese sempiterno espejismo que se evoca solo en tiempos de elecciones. Y los viejos anatemas se flexibilizan y se buscan puentes de entendimiento tanto antes de las urnas, como después, cuando la aritmética marque sus designios definitivos. O cuasi definitivos, porque la ultima gran partida será en noviembre. El tablero definitivo. Sin duda, los peones y alfiles, alguna torre, se moverá de mayo a noviembre en algún partido. Rey y reina ajedrecianos, bien enrocados, si hay tiempo y apoyo, resistirán.
Parece que en algún partido se abre bajo sus pies una grieta que se hace visible incluso en algunas partes del edificio. Algunos se empecinan en una voladura, controlada o no. Cuanto peor, mejor da la sensación. Falta discurso convincente, cierre de filas de verdad y una armadura que blinde discurso e ideología. La desafección se ha instalado por mucho que se disimule. No todo son siglas, también lo son los cabeza de cartel en miles de ayuntamientos de toda la geografía española. Coherencia y honestidad, también valoración de lo hecho en esta última legislatura. Nada se arregla ya en 15 días o en esta precampaña de mes y medio. Ni para los que gobiernan ni para los que han opositado o irrumpen casi ex novo. Da exactamente lo mismo que duren dos semanas los actos, como que dure una, o incluso menos. Hoy el ciudadano tiene información, crítica y autocrítica. Hay un estado de ánimo y una percepción sobre la valoración de lo hecho y dejado de hacer clara, inequívoca y contundente. Así sucede en las tres arenas electorales que este año están y estarán en liza. Al margen está la nefasta estrategia de comunicación, los escándalos y las metáforas para encubrir términos, acciones y políticas.
Vértigo, estrategia, incertidumbre y futuro están presentes ahora mismo en la mente de muchos. En las ejecutivas y en las bases, en el electorado y en el ciudadano que ora vota una cosa, ora otra. Incluso en los más rocosos y fieles que siempre han votado a lo mismo, pase lo que pase, suceda lo que suceda. Muchos han fijado sus ojos en el 24 de mayo poniendo, sin embargo, su mente en las próximas generales. Haciendo cábalas, regates, fintas, nombres y suposiciones. Todos lo hemos visto y escuchado en las últimas semanas. Las del ruido mediático pero inmediato. Así somos los españoles, quejosos en excesos, poco imprevisibles por lo demás. Cada uno estudia, analiza y valora sus fuerzas, sus posibilidades. Nunca como ahora cada voto, cada resultado, pesará tanto. Y algunos se preguntan, narcisistas y alejados de la realidad, ¿cómo es posible que hayamos llegado a este punto? Y no precisamente el de la frivolidad, sino el del cansancio y culpabilidad hacia lo que suena más viejo, pero, sin embargo, suficientemente conocido, y el arrojarse en brazos de lo que suena musicalmente nuevo, pero escrito sobre viejas partituras que endulzan simplemente la melodía, pero neófitos en gobernar, transar, proponer y hacer. Es la política. Y ésta está viva, y eso, por sí mismo, es positivo.
Una política que quiere volver a ser dinámica. Harta de un sube-baja continuo del telón de la corrupción. Reflejo y espejo del alma de una sociedad y un país. La fotografía del esperpento, pero esta vez no del maestro Valle-Inclán. Asistimos un día tras otro a la coreografía del espectáculo maloliente de la corrupción. La metástasis más seria que ataca a la democracia, y con ella, los valores democráticos, pues estos priman y están por encima de la democracia, la esencia, el corazón o nervio axial. Pero, desgraciadamente, no es un espectáculo, es la radiografía de un modo de ser, actuar, permitir, condescender. De ser españoles. No somos más corruptos que otros, pero tampoco menos. El goteo es incesante, implacable. Hemos dejado hacer y mirado hacia otro lado. Nada se puede regenerar sin el bisturí, pero tampoco sin la decisión de que quien lo ha de emplear está dispuesto al mismo. Asepsia moral e impunidad absoluta han presidido durante mucho tiempo un oasis de relativismo y podredumbre. Ahí está la grieta.
Abel Veiga Copo es profesor de Derecho en Icade