Ante el brillante despegue de Aena
¿Merece un líder mundial una acogida en los mercados tan espectacular como la que recibió ayer el gestor aeroportuario público Aena? Una lectura rápida basada en la cotización del primer día sugiere claramente que sí. Sin embargo, a tenor de la generosa respuesta inicial de la primera experiencia en los mercados del grupo público, surgen por lo menos un par de sugerencias a tener en cuenta. La primera es si a pesar de cómo ha tensado acertadamente la cuerda el principal accionista –el Estado, y su representante, el Gobierno–, subiendo hasta el límite máximo marcado por él mismo el precio de salida a Bolsa, ha sabido sacar realmente todo el valor que un grupo de tal calado en su sector –y de tan importante potencialidad– puede representar para unos inversores internacionales sobrados de liquidez, inflados de capacidad, ávidos de buenos y seguros negocios y con naturales ganas de presentar espléndidas rentabilidades a sus socios. A una previsible normalización de la cotización del título, esperable como un ajuste las próximas jornadas, que va de la mano de los inversores cortoplacistas, le sigue una importante cuestión a tener en cuenta. Se refiere, una vez desechada la opción del núcleo duro y tras la fiesta inicial en el parqué, a cómo se sacará todo el partido a la gestión de la compañía tras su brillante despegue.