El tempo en la comunicación política
Con un staff directivo perfectamente definido –por mucho que renombren sus perfiles con señuelos proletarios–, Podemos es un partido político al uso. Con sus filias. Sus fobias. Sus intrigas. Sus verdades absolutas. Sus egos. Que como en toda empresa con ambición de futuro, está sometida a una estructura operativa profesionalizada y a una cuenta de pérdidas y ganancias que debe gestionar con tino, tras erigirse en azote contra la corrupción que nos asola.
Ganar el poder desplazando a la casta es el eje axial del discurso político que les ha reportado un posicionamiento de marca trazado con tiralíneas, cuya estrategia de comunicación más eficiente ha sido la ejecución de los tempos en la escenificación de sus mensajes. Sin experiencia de gobierno, el dominio de sus dirigentes del marketing político ha propiciado la notoriedad creciente de Podemos, gracias a la conexión inmediata con un electorado que rechaza el modus operandi de los partidos tradicionales.
Como en toda situación de crisis –y el actual escenario electoral tiene esa vitola–, la gestión de los tempos es esencial en la comunicación política para lograr que los mensajes calen en las audiencias. Podría decirse que eficacia y eficiencia son indisolubles en esta sinfonía de credibilidad. La fórmula está más que contrastada, pero algo en desuso por un bipartidismo confiado en sus respectivos mercados cautivos. Quizás por ello no acaban de cuajar estrategias de comunicación que generen los mensajes nuevos que exigen los nuevos tiempos derivados de la crisis económica
Podemos ha puesto de relieve que a veces lo mejor es enemigo de lo bueno. Por ello, en su ascensión al poder se marca objetivos de posicionamiento a corto y la demoscopia refrenda casi a diario que la estrategia funciona. Sus expertos miden los tiempos comunicacionales con precisión de cirujanos, secuencian los mensajes, no entran a provocaciones mediáticas y practican una portavocía coral –muy entrenada– con el doble efecto de impulsar el liderazgo de Pablo Iglesias y reflejar una imagen de equipo multidisciplinar.
Por el contrario, sus adversarios siguen enrocados en el tacticismo político, lo que les condena a ir a rebufo de los estrategas, una de cuyas herramientas más operativas son las anteojeras que les ayudan a no difuminar sus mensajes. Todos saben que en los próximos comicios hay mucho que ganar, pero sobre todo mucho que perder. Pero el bipartidismo y asociados no aciertan a generar mensajes que empapen de credibilidad a sus maltrechas audiencias. Tampoco proyectan liderazgos frescos e indiscutidos; más bien al contrario, los partidos con experiencia de Gobierno parecen estar inmersos en un continuo juego de tronos. No arriesgan. No asumen que en tiempos difíciles la venta comunicacional de liderazgos corales refuerza la marca, único enganche de credibilidad real.
Por su parte, los líderes de Podemos no muestran miedo a perder y quizás por ello se han convertido en objeto de deseo. Lo saben y lo aprovechan, como refleja la reciente reunión con los socialistas Bono, Zapatero y García Page. Otra vez estrategia versus tacticismo. Conocen a la perfección el ajedrez y miden los tempos necesarios para que cada movimiento sea eficaz y eficiente. Juegan con descaro a caballo ganador. Construyen su imagen escalón a escalón y serán las urnas las que muestren si estamos ante un edificio con cimientos sólidos o ante otra Torre de Babel más. Ejercitan el marketing político como si fuese una regla de tres simple.
En paralelo, el Gobierno popular parece algo corto en materia de credibilidad. ¡Qué es eso de propuestas nuevas con lenguajes nuevos! Datos y más datos con técnicas de venta goebbelianas. Repetir y repetir el mismo mensaje, pero la venta neta de las bonanzas de la macroeconomía no parece funcionar, cuando sus beneficios no llegan al bolsillo de un electorado en desbandada. No existen los tempos encargados de coser los mensajes para que sean percibidos como sinfonía.
Quizás sea hora de recurrir a expertos no contaminados por la pleitesía, expertos que sepan diferenciar entre los tempos de los políticos y los tempos de la política.
La cruz de la moneda la cincela a mi juicio el avispero socialista, en el que liderazgos espurios parecen dinamitar la paz social que necesita el partido para asentar el liderazgo que restañe una marca mermada. La estrategia de posicionamiento del actual secretario general puede ser discutible, pero una vez lanzada, su éxito requiere del concurso responsable del resto de militantes, sea cual sea su rango. Cuando el virus de los personalismos crea escenarios de distorsión, la que sufre es la marca, y si esta desaparece no hay personalismos que valgan. De ahí la importancia de una buena gestión de los tiempos en su estrategia de comunicación, siendo la interna el escalón base.
De otro modo, el espacio socialdemócrata puede verse ocupado más pronto que tarde por los partidos emergentes. En cuanto a Izquierda Unida –sumida en disensiones internas, dimisiones y alianzas con Podemos–, habrá que esperar a los resultados de los comicios del próximo mayo para evaluar su viabilidad.
En cualquier caso, los tempos del calendario electoral no dan tregua. La comunicación será eje determinante de la balanza y es posible que las próximas elecciones no se ganen gracias a una buena comunicación política, pero las formaciones que no la practiquen nada tienen que hacer. Es por tanto hora de los estrategas. Que sepan de tempos y anteojeras.
Jesús Parralejo es Presidente Ejecutivo de CONSULTING360.es - Comunicación Empresarial