Entre el poder y el mensaje
Recibido con gran expectación, el último barómetro del CIS –el único aceptado en lo esencial por todos los agentes incumbidos– acaba de constatar el mapa sociopolítico nacido de las últimas elecciones europeas. La eclosión ascendente de Podemos es un hecho. Por mucho que la cocina demoscópica, la estrategia política de los partidos tradicionales y el análisis mediático se empeñen en minimizar el potencial alcance del nuevo escenario. Frente a los que auguraban una vida efímera para la formación de Iglesias, los datos del CIS reflejan cómo el tono de una sociedad huérfana de alternativas se va elevando paulatinamente.
Tras la asamblea ciudadana para dotar a Podemos de una estructura organizativa similar a la de los partidos políticos al uso del pasado 15 de noviembre, su carácter asambleario quedará autodiluido, en clara paradoja con la identidad que les ha llevado al éxito. Veremos cómo Pablo Iglesias –secretario general– y su equipo de dirección evoluciona el proyecto, al que deberán dotar de nuevas reglas de juego. Cierto es que hasta el momento han mostrado gran maestría en la gestión de los pilares del marketing político: tiempos de acción y mensajes secuenciados.
Con un guion predefinido del que no se han apartado un milímetro, los impulsores de Podemos han logrado poner de moda el palabro tripartidismo y convulsionar la escena política a seis meses de la próxima cita electoral, umbral determinante para las generales –la parte del león– seis meses más tarde. Mientras tanto, y enganchados a la cocina del CIS (PP, 27,5%; PSOE, 23,9%, y Podemos, 22,5% en estimación de voto), los gurús de la mercadotecnia política recuerdan a los economistas que no olieron ni por asomo la brutal crisis que nos asola. Pero los datos cantan y Podemos es primero en voto directo con el 17,6%; PSOE, con el 13,3%, y PP, con solo el 11,7%.
Esta prueba del nueve traza un escenario inédito, que obligará a los tres partidos mayoritarios a poner sobre el tablero nuevas maneras de jugar a la política. Hastiado y descreído de las propuestas políticas de un Gobierno soportado por un partido trufado por la corrupción, y de un PSOE percibido como un episodio de Juego de tronos, el electorado clama por liderazgos que le infunda algún tipo de credibilidad. Podemos ha sabido canalizar tanta desazón gracias a un trabajo pormenorizado de posicionamiento de marca y sus logros han convulsionado los cimientos inerciales del bipartidismo. Su reacción al barómetro del CIS ha sido otro ejemplo de buen hacer, con un único portavoz con mensajes incontestables para un sistema embarrado en el espacio que transita entre lo que debe ser y lo que sucede en realidad.
La prolongada exposición a la crisis ha hecho que la sociedad se plante ante el sistema. En lo económico, porque el dinero ha dejado de afluir hasta las bases sociales y eso va afilando conciencias. En lo tecnológico, porque los canales –gracias a la red– se han multiplicado. Y finalmente, en lo cronológico, porque el cambio es tan trepidante que el ahora apenas existe. Todo parece enfocado al mañana. Con el cambio de hábitat, el paradigma tradicional de emisor y receptor ha dado paso a una nueva especie: el emiceptor, mucho más versátil, mucho más impredecible, mucho más activo.
La carrera ha empezado. La derecha intentará poner en valor los logros de una recuperación económica pírrica. La izquierda defenderá que la salvaguarda del sistema que conocemos no puede consolidarse sobre las ruinas del bienestar social. En ambos casos, mensajes desgastados. Máxime cuando datos como los 79.000 desempleados inscritos en el paro en octubre reflejan la falta de crecimiento real acarreada por una política de recortes; máxime cuando en España el número de millonarios crece el doble que en el resto del mundo. Lo dice Credit Suisse, poco sospechosa de ser una voz incendiaria. Los ricos crecen, pero los pobres lo hacen más.
La credibilidad es hoy el juego, y la gestión de los mensajes, la partida. El poder político y el poder económico tienen ante sí un doble reto: abordar una regeneración seria del sistema. El enunciado es lo más fácil. Lo difícil es encontrar la autocrítica necesaria para acometer la tarea. Un empeño que pasa por sustituir el peso del mensaje por el de las acciones que lo sustentan y asumir la mayoría de edad a una sociedad que, como audiencia, nunca más volverá a ser mera receptora.
En el horizonte inmediato queda por ver el conteo final en función de la evolución del voto oculto, de la racionalidad conservadora y, sobre todo, de la emocionalidad social. Sobre esa evolución veremos realmente quién puede y quién no.
Xurxo Torres es director general de Torres & Carrera.