Juncker se estrena con un desafío a los Gobiernos
“No soy alguien que ceda ante los primeros ministros ni ante cualquier otra institución”, advirtió ayer Jean-Claude Juncker tras presidir por primera vez la reunión semanal del organismo europeo. “Y no oculto que tengo la firme intención de responder a las críticas vengan de donde vengan si las considero injustificadas: no habrá ningún ataque a la Comisión que quede sin respuesta”.
Las palabras de Juncker en su primera rueda de prensa tras asumir el cargo el 1 de noviembre sonaron como una declaración de guerra (dialéctica por ahora) y una ruptura total con el estilo de su predecesor, José Manuel Barroso. El portugués puso fin el pasado viernes a 10 años de mandato en los que, según sus críticos, la Comisión desapareció como actor político y se convirtió en un cuerpo burocrático sumiso a las órdenes de los intereses nacionales de las capitales, en particular, de Berlín.
Juncker parece compartir esa crítica a Barroso porque ayer se esforzó en demostrar que la nueva Comisión volverá a ser el motor de la integración europea.
“La Comisión recupera su papel de liderazgo e inspiración”, subrayó Juncker tras anunciar que él mismo dirigirá la elaboración de un informe sobre la gobernanza de la zona euro, del que se espera que siente las bases para otro salto en la integración política y fiscal, como la posible creación de un presupuesto común para los socios del euro y la designación de un ministro europeo de Finanzas. “El anterior informe [en 2012] lo dirigió el presidente del Consejo [Herman Van Rompuy]”, recordó Juncker para subrayar el papel secundario al que se quiso relegar entonces a la Comisión.
Solo palabras
El nuevo tono de la Comisión probablemente inquietará o molestará en Berlín, París, Londres y otras capitales, aunque el choque solo se producirá si Juncker pasa de las palabras a los hechos. Ayer, de momento, la nueva Comisión se limitó a reajustes internos sin mayor trascendencia fuera de Bruselas (disolvió un gabinete de estudios internos y lo sustituyó por otro, prácticamente con las mismas funciones). Y Juncker parecía más pendiente de invocar los espíritus del pasado (como Helmult Kohl o Jacques Delors, con quienes comparte actos esta misma semana) que de pronunciarse sobre las vicisitudes del presente, como la situación en Ucrania, la nueva mayoría republicana en el Senado de EE UU y sus posibles implicaciones para el futuro Tratado Transatlántico de Comercio e Inversión o la financiación de su anunciado plan de inversión de 300.000 millones de euros.
Juncker se confesó “impresionado y angustiado por las expectativas que genera la nueva Comisión”. Y reconoció que “tengo miedo de decepcionar”. Por ahora, ya ha conseguido asustar.
Renzi y Cameron, primeras dianas del verbo ácido
El primer ministro italiano, Mateo Renzi, y el británico, David Cameron, estrenaron el verbo ácido del nuevo presidente de la Comisión Europea. Juncker arremetió contra Renzi por haber calificado a la Comisión Europea como “una banda de burócratas anónimos”. “Me disgusta que se describa así a la Comisión”, señaló ayer Juncker. ”Somos 28 comisarios, 28 políticos, no funcionarios”, advirtió. Anteayer, durante una reunión con el Parlamento Europeo, Juncker acusó a Renzi de hacer “críticas superficiales”. Y lamentó que tanto él como Cameron escenifiquen ante la prensa unas críticas que dentro de las reuniones no plantean con la misma acritud. “Tomé notas de lo que sucedió [durante la última cumbre] y cuando las comparo con lo que dijeron al salir, no coinciden para nada”, contó Juncker.
El presidente de la Comisión negó, de todos modos, que haya un problema con Roma. “Ni Renzi ni yo somos unos niños”, dijo el luxemburgués.
Contra el primer ministro británico, Juncker prefirió recurrir a su proverbial ironía. ”No tengo ningún problema con Cameron. Cameron tiene un problema con el resto de primeros ministros”, señaló en alusión al creciente aislamiento de Londres dentro de la UE.
Los primeros ataques de Juncker han llegado así a dos eslabones relativamente débiles de la UE. Su prueba de fuego llegará con Francia (expedientada por déficit) y con Alemania, acostumbrada en los últimos años a dirigir Bruselas.