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Carga los errores de gestión en la crisis a Berlín, París y Londres

Barroso ajusta cuentas al final

El viernes asistió a su última cumbre europea como presidente de la CE

El presidente de la Comisión Europea, Jose Manuel Durao Barroso, tras participar el viernes en la cumbre de líderes de la UE.
El presidente de la Comisión Europea, Jose Manuel Durao Barroso, tras participar el viernes en la cumbre de líderes de la UE.Efe

Les echaré de menos. No sé si ustedes me echarán de menos a mí”. Así se despidió el viernes en rueda de prensa José Manuel Barroso tras asistir por última vez a una cumbre europea en calidad de presidente de la Comisión Europea.

El portugués parece ser consciente de que llega prácticamente solo al final de su segundo mandato, sin apenas aliados tras diez años en Bruselas como presidente, 75 cumbres (“las he contado”, precisó) y más de 100 comparecencias ante el Parlamento Europeo (también según su cuenta).

Como político de raza que es, sin embargo, no parece dispuesto a marcharse sin dar la batalla y lleva varias semanas ajustando las cuentas a quienes desde Berlín, Londres o París, entre otras capitales, han abortado alguna de sus iniciativas contra la crisis económica o se han escondido tras la palabra “Bruselas” para ocultar sus propias responsabilidades.

La despedida de Barroso (el viernes termina su mandato) ha adquirido así un aire de reyerta que a más de un dirigente le hará temer las memorias que, con toda probabilidad, escribirá el portugués sobre sus dos lustros como presidente de la CE y, en particular, sobre el escalofriante período de la crisis del euro entre 2010 y 2013.

Pero sin esperar a la publicación de ese texto, Barroso ya se despachó en la cumbre de la semana pasada (23 y 24 de octubre), donde se permitió leerle a la canciller Angela Merkel las recomendaciones ignoradas por Berlín sobre la necesidad de que los países con margen presupuestario como Alemania aumenten la inversión para ayudar a la recuperación del resto de la zona euro.

Más duro aún fue, sin citarlo, con el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, cuya intransigencia en el Ecofin (consejo de ministros de Economía y Finanzas de la UE) ha inutilizado las propuestas de Barroso para hacer una aplicación más inteligente del Pacto de Estabilidad. “Presentamos una medida para facilitar la inversión, pero los ministros de Economía pusieron tantas condiciones para utilizarla que se la cargaron”, lamentó el viernes Barroso.

El presidente saliente de la Comisión también se rebela contra quienes le quieren presentar como el artífice de la austeridad. “Es una caricatura falsa”, repite estos días. Y recuerda que fueron los Gobiernos (en particular de Alemania, Reino Unido y Holanda) los que impusieron un recorte del presupuestos de la UE para 2014-2020, lo que ahora merma el potencial de inversión de Bruselas; que propuso los llamados bonos para proyectos y se lo redujeron a una experiencia piloto; que aprobaron la llamada Garantía de Empleo Juvenil y solo dos países se han dignado a incorporarla a sus planes de empleo.

Los últimos varapalos de Barroso también alcanzaron al gobierno de François Hollande, a quien sin duda va dirigido el mensaje de que “no se puede poner en cuestión continuamente la credibilidad de las normas presupuestarias”. Pasado mañana Barroso deberá decidir si se despide con una traca final histórica: rechazar el proyecto de los Presupuestos Generales por Francia por incumplir las normas del Pacto de Estabilidad.

Con todo, la mayor bestia negra de Barroso parece residir en Downing Street. La semana pasada, en su último viaje oficial como presidente de la CE, el portugués criticó duramente en Londres las fantasías euroescépticas que fomentan o permiten algunos políticos británicos como el primer ministro David Cameron. “La experiencia me dice que las campañas no se ganan permaneciendo a la defensiva”, les advirtió de cara al referéndum prometido por Cameron sobre la continuidad o no de Reino Unido en la UE. Parece una ironía que Barroso haya terminado tan mal con Londres después de llegar a Bruselas en 2004 apadrinado por el entonces premier Tony Blair.

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