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Columna
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Japón no debe precipitarse

Una reducción de los estímulos a la economía japonesa es uno de esos riesgos descomunales que los inversores prefieren no tomarse en serio –a menos que sea absolutamente necesario–. El Banco de Japón ha comenzado a debatir de manera informal sobre el fin de sus medidas de récord, según informó Reuters esta semana. Sin embargo, el mercado de bonos sigue imperturbable: la rentabilidad de la deuda del gobierno japonés a 10 años continúa en el 0,57%.

Esta calma prevalece porque los mercados creen que no es probable que el Banco de Japón repita su error de 2006. Entonces, se puso fin a la flexibilización cuantitativa y se elevaron los tipos de interés. Su dura estrategia ahogó una frágil recuperación.

Un movimiento similar ahora sería igualmente desastroso. Un fin prematuro a los 50 billones de yenes (unos 360 millones de euros) de estímulo anual agriaría el sentimiento inversor. Las expectativas de inflación, que se han hecho más fuertes desde que el gobernador del Banco de Japón, Haruhiko Kuroda, lanzara su programa de compra de activos el pasado abril, cojearían. La demanda de inversión disminuiría y los salarios caerían, socavando los planes nipones de un segundo aumento en el impuesto al consumo.

Los mercados creen que no es probable que el banco central nipón repita el error que cometió en 2006

El argumento a favor de una reducción temprana de los estímulos es que la impresión de dinero no puede continuar a este ritmo, y es que la cartera de bonos a 10 años del Banco de Japón ya se ha incrementado al 31% del PIB.

Sin embargo, la institución también se enfrenta a la complicada tarea de rescatar a una sociedad envejecida de 15 años de deflación. No puede bajar los brazos tan pronto. Cuanto mayor sea el exceso de confianza de los políticos para lograr su objetivo de inflación del 2% en 2016, más atención prestarán los inversores a los rumores de fin de los estímulos. Una mayor rentabilidad de los bonos y un yen más fuerte amenazarían el renacimiento de Japón, obligando a la autoridad monetaria a dar marcha atrás y a imprimir dinero aún más frenéticamente. Alentar tales expectativas no sería más que marcar un espectacular gol en propia puerta.

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