ITER, el largo camino hacia una energía más limpia
La meta está clara: está previsto que hacia el año 2043 el ser humano sea capaz de emular al sol y crear energía a partir de procesos de fusión nuclear con hidrógeno. Ese año, si todo marcha como está previsto, el ser humano será capaz de generar, según sus promotores, energía limpia y abundante sin producir apenas residuos y con unos elevados niveles de seguridad. Es decir, todo lo contrario que lo que sucede con la energía producida en la convencional fisión nuclear, según explica a CincoDías el zaragozano Carlos Alejandre, uno de los tres subdirectores del ITER. “Será como tener otro pequeño sol sobre la Tierra”, sentencia el físico nuclear.
Todo ello comienza con un proyecto llamado ITER. Detrás de estas siglas no solo se esconde el nombre International Thermonuclear Experimental Reactor (siglas que sirven además para el juego de palabras con el latín iter, que significa camino), sino también el mayor proyecto de cooperación internacional que existe en la actualidad, con más de 15.000 millones de euros de inversión. 6.600 millones de este dinero provienen de las arcas comunitarias.
El ITER va a ser una macrocentral experimental radicada en la localidad de Cadarache, en la Provenza francesa (su sede la disputó Vandellós en 2003, aunque las luchas diplomáticas dieron como vencedor a Francia). Su misión, demostrar la viabilidad tecnológica y económica de la fusión nuclear en la que dos núcleos ligeros atómicos se combinan para crear uno más pesado que libera energía mediante confinamiento magnético (tranquilícese, este concepto queda explicado más adelante) para la generación eléctrica, como fase previa a la construcción de una instalación de demostración comercial.
Todo esto es un proyecto de futuro. Si acude en estos momentos a la sede (y logra atravesar las fuertes medidas de seguridad), apenas podrá observar un solar con algunos edificios construidos, otros en obras, y un enorme agujero de 60 metros de diámetro, que será donde esté ubicado el reactor que propiciará la fusión.
En ellas participan empresas españolas, como Ferrovial, que cuenta con contratos conjuntos superiores a los 300 millones. La empresa que preside Rafael del Pino participa en la construcción del edificio que albergará el tokamak, una palabra rusa que define al aparato que, según las previsiones, generará la energía.
Tome aire y concéntrese, que aquí viene una explicación básica de cómo funciona un tokamak. Imagine un inmenso donut de metal. En su interior se generará un plasma, esto es, el cuarto estado de la materia tras el sólido, líquido y gas. Este circulará a 150 millones de grados centígrados (a esa temperatura, cualquier gas se convierte en realidad en plasma), enjaulado a altísimas presiones por los potentísimos campos magnéticos. De ahí lo de confinamiento magnético. Estos campos los generan dos tipos de imanes de hasta 15 metros de altura en cuya construcción colabora Iberdrola.
Los dos componentes a partir de los que se generará el plasma serán dos isótopos del hidrógeno, el deuterio y el tritio. Con el calor y las altas presiones se generan helio y neutrones (inofensivos, explica Alejandre), los cuales, a su vez, transferirán su energía a una de las piezas clave del reactor, el manto, que está situado en las paredes internas del donut. Su misión no es otra que frenar los neutrones, transferir calor al sistema de refrigeración y, a través de este proceso, generar energía eléctrica.
Esta es la teoría y lo que se produce a cada instante en las estrellas. La práctica aquí abajo, en la Tierra, sin embargo, aún está lejos de ser viable, dado que no es fácil comprimir el hidrógeno de un modo uniforme.
Esta será la tarea del ITER.