Repsol, año cero
Repsol ha dado carpetazo a su relación de más de una década con YPF. A los dos años largos de que esta compañía fuese nacionalizada por el Gobierno argentino, la semana pasada se rubricó el divorcio con el pago de la compensación pactada en febrero entre Repsol y el Gobierno de Cristina Fernández y el desistimiento por ambas partes “de todas las acciones judiciales, administrativas y arbitrales”. Todo ello, acompañado de la venta del 12% que mantenía en YPF
Argentina entregó a la petrolera española títulos de deuda pública por un importe nominal de 5.317 millones de dólares, por encima del valor de mercado promedio de 4.670 millones previsto en el acuerdo. Repsol, que ya ha provisionado la diferencia del valor auditado de su exfilial argentina (5.000 millones de euros) y el precio que ha recibido, se daba dos años para monetizar los bonos.
Un calendario inverosímil, como demostró el viernes la compañía al vender el 60% de la deuda recibida a JP Morgan (el llamado Bonar 24 con un nominal de 3.250 millones de dólares) a un precio de 2.813 millones de dólares. Repsol ha vuelto a jugar al despiste, como ocurrió con la venta sorpresa del paquete residual que le quedaba en YPF y que -dijo en su día- desinvertiría a medio plazo.
Precisamente, el resultado de la venta de estas acciones de YPF a Morgan Stanley, por el que ha obtenido unas plusvalías de 447 millones, ha sido interpretada por la compañía como una señal de que será posible vender a buen precio los títulos argentinos que acaba de cobrar, pues hay “apetito en el mercado”. Es posible que más pronto que tarde, Repsol se desprenda de los bonos, último vestigio de su paso por Argentina.
Una etapa conflictiva que, por el momento, no da paso aún a otra pacífica, al menos desde el punto de vista corportativo. Sobre Repsol penden las maniobras de su accionista Pemex, con algo más de un 9% del capital, para intentar -dice la petrolera mexicana- tener más peso en la gestión del grupo español en el que está presente desde su fundación hace más de dos décadas.
Con la elección de un consejero delegado, Brufau conjura el peligro de que Pemex dé un golpe de mano
Pero el equipo gestor de Repsol, con su presidente, Antonio Brufau, a la cabeza, ha ido tapando todos los resquicios posibles (internos y externos) por los que Pemex pudiera colarse. Primero fue el blindaje de los estatutos para evitar una segregación de los negocios de Repsol (el de exploración y producción o upstream y el resto) que, según la compañía española, pretendía Pemex para hacerse con la gestión del primero. Una vía para que el grupo estatal mexicano, incurso en un proceso de liberalización al que se opone la opinión pública, pueda lanzarse a invertir en el exterior, donde por su condición de monopolio estatal lo tiene difícil, pero que sí podría hacer de la mano de una compañía privada y europea como Repsol.
El blindaje, aprobado en la junta de accionistas de marzo, se tradujo en un refuerzo de la mayoría necesaria para aprobar posibles escisiones. En la asamblea, el abogado de Pemex criticó duramente un tipo de medida que choca con cualquier manual de buen gobierno, pero en Repsol insisten en que tenían pruebas fehacientes de las intenciones de los mexicanos.
Pero ese no ha sido el único blindaje contra el intento de Pemex de dar un golpe de mano en Repsol con la ayuda de colaboradores españoles. Aunque la noticia venía rondando desde hacía tiempo, el consejo de la petrolera española volvió a jugar al despiste al nombrar por sorpresa consejero delegado a Josu Jon Imaz.
No contar con un consejero delegado era un punto vulnerable que Brufau ha querido subsanar al recuperar esta figura después de muchos años (los que él lleva en la presidencia de Repsol). De esta manera ha conjurado el peligro de Pemex, que ha venido reclamando ayuda a Mariano Rajoy, a través del propio Gobierno mexicano, para colocar como consejero delegado de Repsol a un hombre de su confianza.
Pemex ha intentado alianzas directas o indirectas con otros accionistas de la perolera española y ha buscado ayuda política. Pero el nombramiento de Imaz se lo ha puesto imposible y la salida de la mexicana está cada día más cerca. Como declaró el viernes el secretario (ministro)de Hacienda mexicano, Luis Videgaray, salir de Repsol “no sería una mala decisión”, pues permitiría a la compañía centrar sus esfuerzos en el país, repatriar el capital e invertirlo en otras oportunidades.
El desenlace final se podría dilucidar durante al visita oficial a España del presidente de México, Enrique Peña Nieto, prevista para junio. “Si Rajoy no le ofrece nada, Pemex saldría de Repsol”, aseguran fuentes del sector.
Pero el Gobierno tiene poco margen de maniobra y más con el quiebro político que ha hecho Brufau al nombrar consejero delegado al expresidente del PNV, que ha llenado de gran satisfacción a la opinión pública vasca. Rajoy considera que ya tiene bastante con el frente catalán y quiere evitar a toda costa que se reavive el del nacionalismo vasco.
Pese al perfil estrictamente profesional que se pretende dar al nuevo consejero delegado, hasta ahora director general del área industrial de Repsol y presidente de Petronor, Imaz es esencialmente un político. De hecho una de sus encomiendas es mejorar las relaciones con Pemex.
Por otra parte, sigue abierto el misterio en torno a la degradación de Nemesio Fernández Cuesta que, de ser de facto el número dos de Repsol, ha pasado a una de las menos relevantes direcciones, la de Química, Gas & Power. Aunque en la compañía se habla de relevo generacional, Imaz es apenas seis años menor que Fernández Cuesta, y si no ha salido es por lo elevado de su indemnización, interpretan fuentes empresariales. Con su decisión, Brufau no parece haber tenido en cuenta el importante papel que este desempeñó para lograr la paz con los argentinos. O quizás sí y de ahí su descenso.