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Tribuna
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Emprender está de moda

Eso dicen o al menos parece, pero la realidad es que siempre ha habido en nuestro país grandes emprendedores, comerciantes y personas ávidas por lanzar sus ideas al mercado. Quizás ahora interesa porque puede ser una vía importante para atajar el problema del desempleo. Pero lanzar y promover el emprendimiento como moda puede convertir el remedio en una enfermedad aún mayor: la frustración generalizada.

Lanzar un negocio no puede ser la vía de escape cuando no queremos afrontar la competitividad que existe en el mundo laboral (allá donde vayamos la lucha será feroz); cuando no queremos tener jefe (siempre lo hay: el banco, el cliente, el azar); cuando no sabemos qué hacer (no inviertas tu dinero, tu tiempo o el de tus allegados por aburrimiento); o, simplemente, porque nos gusta la idea y el sector, pero desconocemos la gestión y el mercado en detalle, lo cual es la antesala de un fracaso asegurado).

Si pese a esto nos lanzamos a la aventura, es muy probable que pronto surja alguna o todas de las siguientes cuestiones.

“¡Pero si no hay negocio!”. La frustración comienza cuando empiezas a conocer el negocio y te das cuenta que tu ilusión al elegir el tema se impuso sobre el poco conocimiento que se tenía de la materia. Y lo peor de todo, poco a poco el conocimiento adquirido va minando la ilusión inicial. No hay nada fácil, nada que no haga pelear hasta la extenuación y nada por lo que no se tenga uno que levantar mil veces y asumir los errores. El error más habitual en estas circunstancias es pensar que la inversión realizada se ha hecho para poder sobrevivir y mantener a la familia. La realidad es que ese dinero en muchas ocasiones va dirigido a adquirir conocimiento del sector y del negocio.

“¡Esto no era lo que yo pensaba!”. Otro momento crítico para los nuevos emprendedores y empresarios llega cuando levantan la cabeza al cabo de unos meses y ven que todas sus expectativas iniciales se han difuminado. Esta entrada en barrena viene dada por dos realidades: primero, el negocio que ha levantado y evolucionado no se parece en nada a lo que había pensado (se enciende la frustración); o segundo, ha seguido erre que erre con la idea de negocio del papel, y se ha dado cuenta que en el mercado no cala (frustración en escala logarítmica). El mundo ideal no existe, trabajar donde nos gustaría o hemos soñado está al alcance de muy pocos. Y muchas veces el que es feliz en un lugar es porque pelea por serlo donde está, más que buscar un lugar donde cree que lo puede ser.

“Confiaba en ellos y han cambiado”. ¿La gente cambia? Siempre, y siempre lo hará. El mundo se mueve, la sociedad se transforma. El pensar que “los socios con los que comencé ahora piensan de otra manera” o “ sólo yo preservo la idea” es ir en contra de la realidad humana y su entorno. Lo único que no hay que cambiar es la filosofía, la moralidad y la amistad. En el negocio hay que adaptarse a diario y en ocasiones hacer cosas que no nos gustan porque es lo mejor para todos.

Emprender no es una moda, jamás podrá serlo. Para lanzar un negocio o una idea es necesario: ser conscientes que nos vamos a equivocar; conocer el mercado, o al menos ser consciente que habrá que invertir en ese conocimiento si no se tiene; que la idea no tiene por qué ser creativa ni rompedora, sino que tenemos que hacer algo de manera diferente, mostrando amor y compromiso por el producto que vendemos o el servicio que prestamos; las horas de esfuerzo y dedicación están correlacionados con el éxito; y lo más importante es ir escuchando a los clientes y al mercado y ser flexibles sobre la idea y el sueño inicial.

Que siga en auge el movimiento del emprendedurismo, pero teniendo claro que no todos tenemos que, ni podemos ser emprendedores. No lo convirtamos en moda, sino en parte fundamental de una economía sostenible y eficiente.

Luis Soler Vázquez-Guillén es Partner de Odgers Berndtson

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