El arte de pagar sus deudas sin gastar un céntimo
Los occidentales vivimos de lo que nos prestan. Las deudas públicas de los países occidentales, EEUU incluido, superan el 100% de su PIB y continúan creciendo año a año, sin límite ni medida. Queremos resolver nuestros problemas de crecimiento y de deflación emitiendo aún más deuda, en una loca carrera sin fin. Nunca estuvimos tan endeudados y, a pesar de ello, seguimos pidiendo a gritos el alivio de más deuda para poder vivir y pagar la anterior. Nos encontramos en una espiral sin aparente salida, que nos preocupa y ocupa. Para unos, esta deuda viene motivada por un exceso de gasto público, para otros por una insuficiente recaudación fiscal. En todo caso, también guarda relación con la descomunal deuda privada de nuestras familias y empresas. Y parece que no sabemos – o no queremos – librarnos de ese dogal.
Mientras están en la oposición, todos los partidos recriminan a los gobiernos sus políticas de austeridad. Pero, una vez que llegan al poder, comprenden que no les queda otra que contener gastos, lo que ya no es una opción, sino una simple constatación de la ley de la gravedad de las finanzas públicas: si vives de prestado, debes hacer lo que te piden los acreedores para que te sigan prestando el dinero que precisas para vivir.
Y si no, como muestra un botón. El último en apuntarse al club ha sido Manuel Valls, el flamante nuevo primer ministro de Francia, que justificó sus importantes medidas de ahorro con las siguientes palabras: “Le debemos la verdad a los franceses. No podemos vivir por encima de nuestras posibilidades Debemos romper esa lógica de la deuda que nos tiene atados de manos”. Pobre Valls. Nadie le comprenderá, porque en verdad, queremos seguir viviendo de los préstamos y deudas. Recibir es bonito, tener que devolver ese dinero es feo, costoso y nos crea stress. Por eso, dado que queremos que nos presten pero no devolver nada, necesitamos una tecnología adecuada para aprender a hacerlo con donaire, aplomo y temple.
Por eso, es más que recomendable que los gobiernos de occidente lean la edificante e insolente lectura del libro que en 1827 escribió el joven Honoré de Balzac. Esta obra satírica nunca sería reeditada ni incluida en su obra completa. Se trataba del delicioso opúsculo titulado L´art de payer ses dettes et de satisfaire ses créanciers sans débourser un sou, que ha sido editada en español como El arte de pagar sus deudas sin gastar un céntimo por el sello Espuela de Plata. Como se advierte en el prólogo de la obra, “Para satisfacción de los lectores, Balzac convirtió sus sufrimientos personales en una moral, para demostrarnos, de forma contundente, que las deudas no pagadas son un seguro placer para el que las ha contraído”. Y el propio autor se aplicó las enseñanzas de este libro, pues siempre vivió por encima de sus posibilidades, endeudado y cambiando frecuentemente de vivienda. De hecho, la que hoy es conocida como la Maison Balzac dispones de varias salidas para que el escritor pudiera escapar de sus acreedores.
Los gobiernos ya tienen en el libro de Balzac todo un modelo contrastado en el que inspirarse
La primera lección, y más importante a prender, según Balzac, es que “Se puede vivir del crédito siempre que se cumpla con una fidelidad inquebrantable su más sólido principio: no hay que pagar deudas a nadie”. De hecho, alguna voces en Europa hablan de la necesidad de reestructurar la deuda con quitas, con la convicción de que lo mejor sería dejar de pagar las deudas contraídas, con la petición en paralelo, eso sí, de que nos sigan prestando. Sabia decisión, siempre y cuando los prestamistas estén de acuerdo en ello, algo que, desgraciadamente, no parece haberse conseguido hoy por hoy, ya que los que prestan siempre tienen la fea costumbre de querer recuperar la cuantía prestada más sus correspondientes intereses.
Balzac, agudo, acierta plenamente con sus aforismos, por ejemplo en el que predica que “mientras más deudas se tienen, más crédito se tiene; mientras menos acreedores se tienen, menos ayuda se puede esperar”, o en el que afirma que “quien no consigue crédito, inevitablemente entra en quiebra, pues mientras más crédito se tiene, más movimientos de ventas se logra”. O sea, que tenemos que seguir consiguiendo crédito como sea, aunque en verdad no podamos – o no queramos – devolverlo nunca.
Pobre Valls. Nadie le comprenderá porque queremos seguir viviendo de préstamos y deudas
Con gran cinismo, Balzac afirmaba que cualquier nación, por grande que sea o perfecta sea su administración, se termina dividiendo en dos grandes grupos o partidos: “Primer partido: individuos que roban. Este es el más fuerte y poderoso. Segundo partido: individuos que son robados. Este es el más grande y numeroso”. ¿En cuál se encuentra usted? El deudor, afirma Balzac, siempre estará cuidado y atendido por sus acreedores, pues es la única manera que tienen del recuperar los prestado. Por eso, el genial escritor francés nos advierte que “Tiene que actuar de manera que los acreedores estén más interesados que cualquier otra persona en conservar y prolongar su estancia en la tierra”. Y tiene razón. Al final, los prestamistas del norte de Europa no nos han dejado caer a la del sur, preocupados por el impago de las deudas contraídas. Ahora son las que más nos miman y nos quieren por la cuenta que les trae.
Y un último consejo de Balzac: la mejor manera de amortizar (no pagar) las deudas es la del enredo y se trata de convertir las deudas existentes en otras nuevas y diferentes. ¿Les suena? Eso es lo que llevamos haciendo hace años con nuestras nuevas emisiones que tapan los agujeros de los antiguos préstamos.
Pues bien, los gobiernos ya tienen en el libro de Balzac todo un modelo contrastado en el que inspirarse para seguir enredando y pidiendo más y más préstamos aún a sabiendas de que ya, probablemente, no seremos capaces – o no querremos - devolverlas. ¡Viva Balzac!
Manuel Pimentel es of counsel en Baker & McKenzie y presidente de AEC