Una política exterior cauta, pero firme
La inestabilidad política que padece actualmente Ucrania no parece tener, al menos de momento, una pronta solución. A la reciente crisis de Crimea, saldada con la anexión del territorio a Rusia, se suma ahora la ola de ocupaciones de ayuntamientos y edificios públicos en el país por parte de activistas prorrusos. Ese clima de conflicto se ha trasladado de forma automática a los mercados, que ayer volvieron a acusar un fuerte marco de inestabilidad. El Ibex llegó a caer un 2% en la jornada y a perder en algún momento los 10.000 puntos en una sesión que terminó casi en tablas, gracias a Wall Street.
Los nubarrones sobre Kiev no son el único factor que alimenta la volatilidad de los mercados, pero sí uno de los que ofrece mayores incógnitas en cuanto a sus efectos a corto y medio plazo. La decisión de lanzar una operación antiterrorista sobre todo el este del país anunciada ayer por el presidente interino de Ucrania, Alexandr Turchinov, supone una respuesta contundente contra los avances de los activistas, que el fin de semana tomaron el control de la ciudad de Slaviansk y de diversos ayuntamientos en la zona este del país. A esa cadena de acontecimientos se sumó, también ayer, la ocupación de la sede del ministro del Interior en Górlovka y del Ayuntamiento de Zhdanovsk. Todo apunta, por tanto, a que el territorio se ha convertido en un verdadero polvorín.
Uno de los posibles efectos colaterales –sin duda, el más temido– de este conflicto en materia económica es su impacto en el vital mercado de la energía. No se puede olvidar que la mitad del gas ruso que importa la Unión Europea pasa por territorio de Kiev. Las Bolsas de la región han acusado también la tensión con un índice ruso que ayer lideraba las caídas en Europa, bajo la amenaza de la posible imposición de más sanciones económicas a Rusia o las consecuencias de esa tensión en los suministros de energía a Europa.
Ante un escenario tan volátil y con tan graves repercusiones no solo políticas, sino también económicas, la Unión Europea ha optado por endurecer el tono de su discurso hacia Rusia, pero no ha renunciado a mantener abierta la puerta del diálogo. Los ministros de Exteriores de la UE renunciaron ayer, al menos de momento, a aplicar severas represalias económicas a Moscú –la denominada tercera fase de sanciones– y optaron por limitarse a aumentar la lista de personalidades rusas afectadas por restricciones de entrada en Europa y por la congelación de cuentas corrientes. Dado que el conflicto en la región se ha convertido en la mayor crisis de seguridad en el continente desde la desintegración de Yugoslavia, la cautela debe estar –sin duda– presente en la política europea, pero sin renunciar al compromiso, la firmeza y la vigilancia.