España, pyme a pyme
Consciente de que las grandes empresas vuelcan sobre sus hombros la responsabilidad de soportar en gran medida el peso de la economía real, la pyme española asume su destino como Sísifo mientras se las ve y se las desea para cumplir con sus objetivos estructurales más acuciantes: conseguir financiación y tener visibilidad antes sus clientes con una imagen de credibilidad. De hecho, ambos inputs se retroalimentan de forma natural, especialmente en situaciones de crisis. Porque en ese círculo de necesidades, toda pequeña y mediana empresa a la busca tiene la misma oportunidad que las grandes de esgrimir antes sus fiadores una imagen de marca asentada para infundirles confianza en el proyecto objeto de ayuda financiera. Así de simple. He ahí la respuesta a quienes preguntan: ¿qué es eso de la comunicación? ¿Para qué sirve?
Pero, ay, y aquí está el quid de la cuestión: ¿cómo fabricar esa buena imagen y cuánto cuesta contratar la consultoría de comunicación, a la que ni siquiera se acerca la pyme por considerarla prohibitiva de antemano? Tanta zozobra se asienta en el hecho de que el empresario español considera gasto y no inversión a las partidas presupuestarias que a veces dedica a “eso de la comunicación”, aunque cuando lo hace no escatima expectativas favorables para sus balances. Esta realidad endémica salpica también a las nuevas generaciones de empresarios/negociantes, que parecen querer y no poder acercarse a la comunicación tradicional.
El empresario español considera gasto y no inversión a las partidas dedicadas a la comunicación
A pesar de su carácter estratégico como herramienta de gestión empresarial, el propio sector de la comunicación tiene en su deber no impartir la pedagogía necesaria, por lo que es inútil echar en cara a la pyme su desconocimiento de la comunicación y de lo que sus técnicas pueden ayudarla a crecer empresarialmente. El escenario descrito choca aún más tras comprobar que el ámbito comunicacional está constituido en su totalidad por pymes, lo cual le confiere sobre el papel un conocimiento de detalle sobre las necesidades estructurales de la pequeña y mediana empresa. Además, la labor pedagógica enunciada es también una asignatura pendiente para asociaciones empresariales y cámaras de comercio; ambas enrocadas en una dinámica de subvenciones, que a menudo terminan siendo del dominio público gracias a las páginas de tribunales de los medios de comunicación. Esta pasividad clama al cielo. Porque en época de vacas flacas deberían poner a disposición de sus asociados todas las herramientas de gestión posibles para ayudarles a sobrevivir.
El actual escenario de crisis ha dado lugar a nuevas reglas del juego. Las empresas no consiguen crecer como lo hacían hace poco más de un lustro y se ven obligadas –especialmente las pymes– a reinventarse, a generar servicios y productos novedosos que les ayuden a marcar diferencias de valor añadido respecto a sus competidores. Necesitan ser visualizadas en tiempo real. De este modo, se revela perentorio sumar esfuerzos e impulsar sinergias entre actividades complementarias, ejecutando estrategias empresariales solidarias en el crecimiento, estrategias de “productividad solidaria” en las que financiación y comunicación son pilares indiscutibles para construir el futuro pyme, a pesar de cohabitar un contexto general adverso, marcado por la falta de tejido industrial que acelere su desarrollo.
Todos usan la fórmula pyme con fines electoralistas, pero pocos le agradecen con honestidad sus servicios
La banca –ya sin la molesta competencia de las cajas de ahorro–, parece seguir escaldada con las nefastas consecuencias de la burbuja especuladora del ladrillo que ella misma impulsó. Hace ya cinco años que se mantiene recesiva en el crédito y parece abducida de nuevo por la rentabilidad cortoplacista de los mercados financieros. Los círculos del poder, ya se sabe, que se amparan unos a otros en una sociedad de castas perfectamente delineada. De ahí que la perversión política en las cajas de ahorro diera lugar a desmanes de directivos, muchos de los cuales quedarán impunes; por ejemplo, algún presidente no ejecutivo –cajas finales del ranking de la Ceca– que al terminar su mandato se haya marchado a casa con compensaciones millonarias. Inaudito que no se investiguen todas las cajas, una a una, más allá del fiasco de Caja Madrid con la CAM, o de la CCMAN (léase cacamán desde su formación en 1992).
Mientras, el acrónimo pyme parece un alias de otro tiempo; un alias propio de la “década moderada” de Narváez, cuando sólo contaban los grandes capitales industriales y financieros. Mermada por la crisis, la pyme española no dispone hoy del respaldo suficiente para acceder al crédito ni de la banca tradicional ni de la banca nacionalizada (Bankia, referente), lo cual es aún más grave. Como contrapunto, numerosas instituciones incumbentes aplauden la fórmula pyme como la única solución posible de desarrollo económico y creación de empleo a corto plazo en nuestro país. Todos la usan con fines electoralistas; pocos le agradecen con honestidad sus servicios.
Desde el inicio de la crisis, para la pyme española ha llovido de todo menos café, pero ésta –sus representantes multisectoriales, se entiende– se sabe deseada políticamente al representar un 90% del tejido empresarial. E intenta utilizarlo sin demasiado éxito a juzgar por el cierre de muchas de ellas. Otras, en cambio, conocen las artes necesarias para progresar al detalle, a la espera de mejores tiempos. Pero éstos hay que labrarlos ahora. Y tanto las técnicas utilizadas para ello como las cosechas logradas deben ser comunicadas en tiempo real, con el objetivo de retroabonarse. Visto lo visto, y puesto que el factor tiempo parece jugar como eje de los desaguisados estructurales en las sociedades desarrolladas, será mejor olvidarse de gurús económicos y politólogos. Es hora ya de recurrir a tipos como Hawking, que podrían ayudar a nuestras pymes a entonar ¿hasta cuándo? con voz de alarma y sin desafinar.
Jesús Parralejo Agudo es presidente ejecutivo de espejopyme.com.