El crecimiento definirá el beneficio y el alza bursátil
En esta semana que termina ahora ha comenzado a respirarse en el ambiente cierta euforia sobre el comportamiento de la economía, que habría traspasado el estado de la expectativa en la que se desenvolvía mientras se ceñía solo a los componentes meramente financieros. El cambio de estado de ánimo de los inversores extranjeros respecto a España y sus posibilidades, tanto los especulativos como los productivos, ha tenido un efecto inmediato en la cotización de la deuda española, cuyas rentabilidades han experimentado un descenso súbito que coloca el bono a diez años, referencia principal para la financiación de los negocios, en unos niveles en los que puede comenzar a pensarse que la financiación de la economía está en vías de arreglo.
De forma paralela, las grandes empresas, financieras o no, han comenzado a captar emisiones a precios muy razonables, y los inversores han inyectado cantidades elevadas de recursos en renta variable, con unos volúmenes de contratación en las dos primeras semanas del año que no se apreciaban desde hace varios meses. Los precios de las acciones han reaccionado con las naturales alzas que genera la entrada masiva de dinero, y de forma muy particular en la banca, que mantenían un elevado grado de sobreventa.
Estamos ahora ya en el punto en el que el descuento no justificado por los fundamentales de la economía ha sido absorbido en los precios de las acciones, y el comportamiento venidero depende, más que de otras variables, del crecimiento de la economía. Y ahí está el debate: cuánto crecerá la economía española para devolver una senda de racional crecimiento a los beneficios de las empresas y justificar apuestas más elevadas en la inversión bursátil.
El ministro De Guindos contribuyó en el Parlamento a cebar la expectativa de que las estimaciones sobre el comportamiento de la actividad se han quedado obsoletas por modestas y que precisarán de una revisión alcista importante en próximos meses. El cierre del ejercicio con un alza del 0,3% en el cuarto trimestre, y con un dato de empleo más optimista de lo esperado, es la mejor de las pistas para considerar que en el trimestre vigente y los siguientes la demanda mantendrá el signo ascendente de su recuperación, y que la economía podría crecer este año más de un 1%.
De ser así (el consenso de los analistas consultados por la fundación de las cajas de ahorros estima tras su última corrección que el avance será de un 0,9%), el empleo avanzará de forma clara en el ejercicio; con él, la demanda, y con ella, los beneficios de las empresas. Y si el motor básico de la Bolsa funciona, más allá de las expectativas, los precios de las compañías deberían mejorar y los índices dar otro salto que supere lo avanzado hasta ahora, únicamente imputable al cambio de clima financiero. Y de que mantenga la economía un ritmo de avance superior al 1% en los años venideros dependerá también que el ciclo bursátil consolide las alzas y gane nueva altura.
Para apostar sobre seguro a tal posibilidad son necesarias unas cuantas cosas. Primero, que la Unión Europea acompañe en el crecimiento y que sus autoridades terminen de cuadrar la arquitectura financiera, fiscal y política de la Unión, pendiente todavía de flecos en casi todos los frentes, y cuyos efectos sobre los mercados y la estabilidad del euro parecen ahora adormecidos por la decisión del BCE de tomar medidas no convencionales y en ir convirtiéndolas poco a poco en convencionales, tal como antes han hecho en EE UU o Japón.
Además, debe acompañar la suerte de no aparecer por sorpresa nuevos episodios de crisis; debe movilizarse el crédito de una banca a la que se le descontrola la mora y se le jibariza la cartera del activo, y, por último, los responsables públicos tienen que mantener su agenda reformista y completarla con la remoción de determinados mercados hasta ahora intocables, y evitar entrar en la somnolencia reformadora y autocomplacencia que acompaña a todos los tiempos preelectorales como el que ya ha comenzado. Si España ha vuelto al mapa de los inversores es por las decisiones arriesgadas de estos años, y un parón en las mismas puede sacar a España otra vez del radar de los inversores. Además, tales reformas deben ir encaminadas a fomentar la inversión y el emprendimiento, ausentes en los últimos seis años.