Un escondite para el diseño de Etnia Barcelona
David Pellicer dirige la marca de gafas de moda en todo el mundo. Para la actual colección han lanzado una línea de azul ‘klein’, un tono patentado.
Al llegar a la dirección indicada de la central de Etnia Barcelona en Esplugas de Llobregat (Barcelona) no hay ningún cartel indicativo. Ni un mínimo rastro de la empresa. Solo se ve un edificio industrial de varias plantas. Un portón abierto invita a colarse, aunque bien pareciera que se entra a un matadero o a un almacén más que a una de las jóvenes empresas de diseño españolas que está triunfando por el mundo. Al llegar a la segunda planta, una puerta indica el nombre de la compañía. Tras flanquearla, el panorama cambia.
En el interior aparece una oficina diáfana, moderna, donde abunda el color rojo, con grandes murales, al más puro estilo de una compañía de internet (o de diseño, en este caso). En un lateral, separada por una pared de cristal, se encuentra el amplio despacho del fundador, David Pellicer (Barcelona, 1978), que más funciona como sala de reuniones, de diseño, de proyectos... un búnker escondido, de estilo industrial, de donde salen las ideas para sus coloridas gafas.
La empresa se encuentra en el edificio que había sido la antigua fábrica de gafas de su familia. No es que Pellicer la heredara. “Dejé de estudiar en tercero de BUP. Mi sueño era vivir del cuento, viajar y que me lo pagaran mis padres”. Pero su vida de niño burgués se hundió. “Todo se derrumbó. Se cerró la fábrica. De 100 personas se pasó a menos de 10”. Y a él le tocó reiniciar el negocio. Se quedó con una antigua marca de su padre, Etnia, le puso el apellido Barcelona, “porque internacionalmente vende mucho aunque en este momento en el resto de España nos perjudica” y se centró en un nicho de gafas de color cuando todo era marrón o negro. Una idea que empezó a despuntar en 2003.
La marca tiene presencia en 40 países, 30 millones de euros de ingresos, el 90% en el exterior, con un crecimiento del 25% anual, unas ventas de 450.000 unidades y con sedes Miami y Hong Kong.
Una década después de su creación, Pellicer vive “una crisis existencial”, reconoce, sobre su vida. “Ahora podría vender la empresa y vivir tranquilamente. Ya hay gente que la quiere comprar. Pero no entra en mis planes. No hemos explotado todavía. En cuatro o cinco años vamos a doblar los ingresos”. Sus dudas pasan por el papel que quiere tener en la firma. “Mi objetivo es dedicarme al diseño y delegar todo lo demás. Pero no lo consigo. Me lío con todo”, apunta quien se define como perfeccionista.
De su equipo busca “gente hecha a sí mima, honesta, trabajadora, con ganas de hacer algo importante por este proyecto”. Por su despacho pasa a lo largo del día su equipo más cercano. Allí se deciden los diseños, se comparan colores y prototipos. “Para llegar a nuevos colores por modelo, le damos 50.000 vueltas a todo”, confiesa. Primero analizan los futuros colores y texturas, luego las tendencias y moda (“lo siguiente son gafas de pasta redondeada”, avanza), los materiales se fabrican en Italia de forma ecológica, básicamente de celulosa proveniente de algodón, y finalmente se diseña la colección.
Su estilo tiene dos caras. Por un lado, mucho color y texturas diferentes. Y por otro, una vinculación con el arte como inspiración. Han colaborado con artistas nacionales hasta el gran salto dado con el fotógrafo Nobuyoshi Araki, reconocido en el mundo por sus imágenes de fetichismo erótico. Para la colección actual han contado con la colaboración de la fundación de Yves Klein, con la que han lanzado una línea en el conocido azul klein, un tono patentado. Y para la próxima temporada, aún sin desvelar, llegará la sorpresa de la participación de Steve MacCurry, conocido por ser el autor de la fotografía de la niña afgana que ocupó la portada de National Geografic en 1985.
Un mar de gafas
Pellicer cree que el éxito de la firma proviene de combinar calidad con buen precio. “Nuestro estilo marca la personalidad de quien lleva las gafas, como expresión de uno mismo”, explica. “Lo que más me gusta es diseñarlas para hacer a la gente más atractiva”.
Este empresario participó en el diseño de la oficina, buscando un espacio colorido y abierto, que invitara a la colaboración. Nada más entrar a su despacho, estantes de artículos inundan los laterales. Allí descansa la colección actual. Además, una hilera vertical contiene el ranking de los 25 pares más vendidos. “Normalmente hay gafas incluso por el suelo, extendidas en un mantel blanco donde vemos las pruebas”, cuenta. En una de las repisas descansa la nueva línea de color azul klein, con el lema hand made in Barcelona, ya que son de las pocas que se fabrican una planta más abajo. El resto pasan por un fábrica en China.
En una mesa gigante descansan muestras, un ordenador y un iPad. Otra más pequeña sirve para reuniones. Además hay pizarras, un gran panel con numerosas fotos, que inspiran un nuevo proyecto y, al fondo, un frigorífico azul resalta sobre la pared. “Fue la primera nevera de mi piso. Me gustaba y la traje aquí”, destaca. Una puerta de cristal da a una amplia y destartalada terraza, que solo sirve como vía de escape para fumar. Aunque muchas de sus horas no las pase allí. “Viajo entre 120 y 130 días al año”.