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¿Por qué huyen los alemanes del BCE?

El Banco Central Europeo se diseñó a imagen y semejanza del Bundesbank. Su sede se instaló en Fráncfort, capital financiera de Alemania. Y a pesar de ello, los ejecutivos alemanes del BCE son los que menos tiempo aguantan a orillas del río Meno. O dan la espantada o se marchan echando pestes de la institución en la que otros darían cualquier cosa por estar. ¿Por qué ese push, rush... como en la canción de Yello?

El último alemán en llegar, Jörg Asmussen, deja el BCE tras solo dos años en el cargo para ocupar en el nuevo gobierno de Merkel (anunciado ayer) la secretaría de Estado de Empleo. Un puesto relativamente menor para un personaje ascendente que con "solo" 47 años ya ha sido mano derecha de Mario Draghi, presidente del BCE, y mano izquierda de Wolfgang Schäuble, ministro alemán de Finanzas (hasta enero de 2012).

La fuga de Asmussen, que ha representado al BCE en las reuniones más trascendentales del Eurogrupo (entre ellas, las que llevaron a Chipre a un corralito todavía en vigor), levanta todo tipo de especulaciones en Bruselas, Fráncfort y Berlín.

La explicación oficial apunta a razones familiares. La extraoficial, a un traslado a la capital alemana ante la posibilidad de que Schäuble (71 años y una salud frágil desde que sufrió un ataque que le dejó en silla de ruedas) decida no concluir la legislatura y necesite un relevo.

Pero más allá de conjeturas, sorprende la facilidad con que los alemanes dejan el preciado puesto en el Comité Ejecutivo del BCE, un sanedrín de solo seis sillas donde el resto de países de la zona euro tiene que pelear con ahínco para colocar a uno de los suyos.

Uno de los motivos para levantarse con tanta facilidad de la silla es la garantía de que el relevo también será alemán. Nada que ver con el caso de España, por ejemplo, que el año pasado intentó sin éxito sustituir a José Manuel González Páramo por otro español, pero el puesto se fue a un luxemburgués.

Desde ayer mismo, en cambio, nada más conocerse la salida de Asmussen, ya se da casi por seguro que le sustituirá la número dos del Bundesbank, Sabine Lauchtensläger.

En teoría, los otros socios de la zona euro podrían aspirar al puesto que parece despreciar el nuevo Secretario de Estado de Empleo de Merkel. Los países "grandes" que no están representados en el Comité, como España y Holanda, o los socios fundadores que no lo han estado nunca, como Irlanda, serían los más indicados para intentarlo.

Pero no parece probable que nadie se atreva a disputarle el puesto a una candidatura alemana. Y El Parlamento Europeo, que debe pronunciarse sobre el nombramiento, ni siquiera tiene esta vez la oportunidad de invocar el desequilibrio de género para rechazar el nombramiento si la aspirante es una mujer.

El resultado es que cada renuncia afianza más el derecho tácito de Alemania a contar con un miembro permanente en la cúpula del BCE. Un privilegio que no aparece en ningún Tratado, pero que Berlín hace cumplir sin consultar a su Tribunal Constitucional.

Pero además de la tranquilidad que le da a Berlín saber que tiene un puesto garantizado, las espantadas responden también a la incomodidad de algunos alemanes con una criatura que se les ha ido de las manos. El BCE no respeta del todo la autoridad de sus ancestros y el desafío provoca choques incontrolables.

El predecesor de Asmussen abandonó el cargo en 2011 en protesta por la decisión del Banco de comprar deuda pública de Italia y España. Otmar Issing, el primer alemán destinado a Fráncfort, aguantó los ocho años (1998-2006) pero con serias discrepancias que han ido a más tras su salida del organismo.

Tampoco han terminado mucho mejor los presidentes del Bundesbank, que como tales se sientan en el Consejo de Gobierno del BCE (el que decide los tipos de interés). Axel Weber dio la estampida en 2011, indignado por el plan de compra de deuda pública impulsado a regañadientes por el presidente, Jean-Claude Trichet. Y en 2004, dimitía Ernst Welteke. En este caso, por haber aceptado que las entidades financieras le pagaran una fiesta familiar en nochevieja. Rush, push, cash...

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