El gran desgaste
Eos años después de la victoria electoral de Mariano Rajoy y del partido popular, esperada y anticipada prácticamente por toda la sociedad tras la erosión y debacle total del zapaterismo, el poder sin duda desgaste, debilita, aísla y es objeto de todo tipo de ataques. Sabía, sabían, que no iba a ser fácil. Que los retos eran titánicos, las dificultades máximas, los riesgos ingentes y España estaba al borde mismo del precipicio. Dos actitudes cabían, o actuar enérgicamente desde el primer momento, o hacerlo poco a poco, dosificando, timoratamente, basculando y radiografiando la situación, tanto por lo recibido, como por lo que desde Bruselas se estaba exigiendo a hierro y sangre prácticamente pero sin tensionar a su propio electorado. Rajoy se inclinó más por esta segunda vía, reformas sí, pero no del calado que con tanta fuerza e ínfula se prometía desde la oposición como si se fuera dueño del libro de soluciones a todos los males de este país, amén de una necesitada y urgente todavía regeneración ética y de valores. Algo profano sin embargo para el político en general. A ello se sumo una pésima campaña de comunicación. Lo cuál no ha hecho más que lastrar la imagen, sobre todo ante los medios, donde no siempre se ha sabido tener cintura, regate y predisposición. Recuérdense las huidas en los pasillos del Senado o comparecencias a circuito cerrado o sin admitir preguntas. Es un estilo, propio sin duda, aconsejado y que el tiempo ha ido aceptando sin embargo.
Dos años después el desgaste está hecho. Tremendo desgaste. Gobernar es decidir, no es ponerse de perfil. Es tomar decisiones complejas, a menudo en contra de la mayoría, o del sentir general. Máxime en tiempos tan hoscos y enrevesados como los actuales. Como los que le ha tocado gobernar y dirigir al presidente del gobierno. Adversidad, dificultad, abismo, amenaza cierta de rescate e intervención más allá del financiero, deuda desbocada, déficit incontrolable más lo que se ocultaba en el traspaso de gobierno. Bruselas vigilante y acechante. Reformas laborales, fiscales, sobre todo, no profundas, pero sí adoptadas con enérgica rotundidad, veremos si el tiempo dictamina su eficacia o no, pues la primera se saldó con un millón más de desempleados, algo más que lo que vaticinaba el ministro de economía en 2012, más de 630.000 puestos de trabajo se perderían con la reforma, etc. Por el camino reformas que no se han acometido o que se no se han atrevido a implementar con energía, audacia y sobre todo, decisión, la reforma de la administración, salvo un parche conjunto de medidas de ahorro que dicta la sana lógica y el sentido común.
Queda mucho por hacer. Es hora de hacer un segundo balance. El de estos casi dos años de gobierno. Luces y sombras. Dureza y dificultades extremas. Pero lo que se ha hecho empieza poco a poco, a dar sus frutos. Es cierto que no se está percibiendo por la ciudadanía en general. Tardará aún en llegar. Pero el ciclo tímidamente empieza a revertir. Hemos tocado fondo. Lo que no implica que no sigan las dificultades. Enormes todavía. El reto sigue siendo hercúleo y la sima que nos separa aviesa y grande. Sabe el gobierno y confía en que 2014 puede ser el año del giro. Del comienzo de una recuperación sostenida, creíble y que puede estatificarse. Sin ser zaherida por lo peor de la crisis. Nos hemos endeudado hasta cifras ignotas en nuestro país. Hay riesgo ahora mismo de deflación y nada ni nadie puede afirmar que no volvamos momentáneamente hacia atrás en los próximos meses. Seguirán siendo los presupuestos sumamente restrictivos. Pero saldremos. El precio: altísimo, altísimo para una sociedad y unos ciudadanos que sufren y han sufrido muchísimo con esta crisis y con el modelo económico estancado y poco diversificado que ha tenido este país. Herencias cómodas para unos y para otros toda vez que han llegado a los gobiernos. Lecciones que quizás seamos, por miopía voluntaria, incapaces de aprender de esta ciénaga que ha erosionado el estado de bienestar aunque no en su núcleo por el momento.
El precio también es el de un mayor deterioro para el bipartidismo, o lo que es lo mismo, para los dos grandes partidos que desde 1982 se han alternado y han rozado cifras de representación por encima del 80 %. Algo cambiará definitivamente. Olvidémonos por una década al menos de gobiernos monocolor y de mayorías absolutas. Empezarán las coaliciones como sucede en prácticamente toda Europa. Y esperemos que la soberbia y el egoísmo de algunos que hicieron del pacto de gobernabilidad o apuntalamiento del gobierno central no ciegue el porvenir ni mancille el camino de lo que ha de ser el interés general de España.
Sabe el partido del gobierno, diluido prácticamente en el gobierno, que han perdido miles y miles de votos y por ende de diputados. Sabe que la acción de gobierno en este momento se cobra un alto tributo. Sabe igualmente que a poco que se perciba la mejora volverá a subir en esa intención de voto. Si los síntomas son claros en 2015, y aventuren ya bajada de impuestos, pues es año electoral, no nos engañemos, volverán a ganar.
Es hora de un giro, es hora de nuevos bríos e impulsos. De revertir el desgaste hacia fuera pero también hacia dentro como gobierno. Hay ministros muy cuestionados y como se dice vulgarmente, totalmente quemados. Que suscitan gran recelo además de rechazo. Faltos de sensibilidad y carentes de dosis de mayor humildad. Mariano Rajoy es dueño de sus silencios y de sus tiempos. Siempre ha sido así. No le gustan que le dicten los renglones. Pero si en sus planes está presentarse a la reelección debería empezar a mover ciertas fichas, ciertos peones y ciertas iniciativa. En la acción reside la esencia de la política. No en la espera, tampoco en la omisión o la pasividad. España y los españoles, también los inmigrantes que aquí están, han sufrido mucho, muchísimo, con esta crisis. Más acción, más audacia, más impulso y más reformas. También más pedagogía y explicación. El horizonte no está a dos años sino a mejorar la vida de los ciudadanos y la realidad de este gran país. Los desgastes también pueden ser un gran acicate para resurgir y empezar a liderar.
Abel Veiga es profesor de Derecho Mercantil de ICADE