_
_
_
_
_

¿Hay que alegrarse por la caída de precios?

Hay que tener cuidado con lo que uno desea, porque se puede cumplir. La devaluación interna que se propugnó para que España saliese de la crisis sin salir del euro ha sido muy asimétrica, con un descomunal ajuste en salarios y empleo y un ajuste prácticamente nulo en precios. Hasta ahora. Una vez despejada la niebla de las fuertes subidas de impuestos el año pasado, España se encuentra ante la deflación. ¿Bueno o malo? En teoría, menores precios hacen que la economía española sea más competitiva. En la práctica, la deflación es una mala idea.Por dos motivos.

Primero, por lo que implica. En España, donde es una arraigada tradición la resistencia a bajar precios o a no subirlos, la caída del IPC es significativa. Recuerden, si no, aquellos artículos a 100 pesetas que pasaron a costar un euro. En fin, que para que en España los comercios bajen hace falta que la demanda haya caído mucho. Sí, es lo que nos viene diciendo el INE desde 2007, pero el descenso de los precios es un salto cualitativo.

El segundo, porque junto con el hundimiento del consumo (relacionado, claro, con el paro) el problema más grave de España es el endeudamiento. Y la deflación aquí hace un trabajo todavía más dañino. Si la inflación hace que el dinero pierda valor con el tiempo, la deflación produce el efecto contrario: aumenta de valor con el tiempo. Pero para todos, para los acreedores y los deudores.

En deflación el esfuerzo relativo para pagar las deudas es mayor a cada año que pasa y, lo que es peor, la economía corre el riesgo de entrar en una espiral destructiva: la deflación eleva la carga real de la deuda, las empresas endeudadas tienen que vender activos y ajustar plantillas para poder pagar sus hipotecas. Fue el economista Irving Fisher en 1933 quien planteó la teoría de la deflación de deuda (debt deflation), olvidada durante décadas y recuperada en los últimos años, especialmente a raíz de la crisis de la zona euro (aunque también se ha aplicado en Estados Unidos).

En un contexto como el descrito por Fisher el dinero se utiliza para pagar deudas (generalmente en el extranjero) y no para consumir, lo que agrava la crisis por el lado de la demanda y convierte en inútiles las bajadas de tipos de interés. El dinero, sencillamente, deja de circular, lo que hunde más el precio de los activos, la confianza se desploma y el crédito deja de fluir, reforzando la espiral deflacionista… ¿les suena de algo?

Bien, el panorama de la deflación de activos puede sonar apocalíptico. Y quizá no haya que dar tantas vueltas. Partamos de la relación entre deuda y PIB. Si la deuda es el numerador, el PIB es el denominador. Cuanto más despacio crezca el PIB, más tiene que reducirse la deuda para que la dichosa ratio baje y se reduzca el endeudamiento (es decir, se solucione el problema). Y, mientras la inflación hace que el PIB nominal crezca (el PIB real, que mide el crecimiento, descuenta este efecto), la deflación provoca el efecto contrario: genera caídas en el PIB nominal (o menores subidas). Por tanto, o bien se las reducciones de la deuda nominal se agudizan, castigando la economía o bien el endeudamiento relativo crece. O una mezcla de las dos.

En el think tank europeo Bruegel calcula, en este sentido, que por cada punto menos de inflación en España, España tiene que reducir su déficit antes de intereses en un punto de PIB. 

No creo que España entre en una espiral deflacionista, por más que la fortaleza del euro sea la peor de las noticias en este caso. Más bien, quería apuntar que haríamos bien en celebrar un poco de inflación. No porque sea buena, sino porque la alternativa es, sencillamente, horrorosa.

Newsletters

Inscríbete para recibir la información económica exclusiva y las noticias financieras más relevantes para ti
¡Apúntate!

Archivado En

_
_