Las capitales volverán a repartirse la cúpula de la UE
Por un momento, algunos pensaron que llegaría a hacerse realidad. “Sueño con un presidente del gobierno europeo elegido por votación directa”, tuiteaba hace menos de un mes la vicepresidenta de la Comisión Europea, Viviane Reding. Sin embargo, a medida que se acercan las elecciones al Parlamento Europeo (mayo de 2014) cada vez parece más claro que el resultado de esos comicios tendrá una influencia muy reducida en la designación del futuro presidente de la Comisión.
“Cada quien es libre de soñar lo que quiera”, responde con socarronería una fuente comunitaria a los anhelos de Reding. “Pero los cargos en Bruselas”, añade dándose un baño de realidad, “seguirán repartiéndose de manera muy similar a como se ha hecho hasta ahora”.
Es decir, mediante un regateo a puerta cerrada entre los 28 Gobiernos de la UE, en el que entrarán en juego variables tan diversas como el equilibrio geográfico, demográfico, ideológico o de genero. Y cuyo resultado final resulta tan impredecible como en 2009, cuando la carambola terminó colocando al frente de la UE a un desgastado José Manuel Barroso y a unos desconocidos Herman Van Rompuy y Catherine Ashton.
El mandato de los tres concluye a finales del próximo año. Y parecía que esta vez la elección de la nueva cúpula europea, o al menos la designación del sustituto de Barroso, sería algo más transparente y vinculada a la voluntad popular de los 28 países de la Unión. El propio Tratado establece que la designación del presidente de la Comisión deberá hacerse “teniendo en cuenta el resultado de las elecciones al Parlamento Europeo”. Pero los dos principales partidos del continente (Popular y Socialista) están descubriendo la dificultad de llenar de contenido democrático ese compromiso.
La redacción del Tratado es suficientemente vaga como para prestarse a la interpretación que más convenga llegado el momento. Y aunque los principales partidos (incluidos Liberales, Verdes e Izquierda Unitaria) parecen dispuestos a concurrir a las elecciones con un candidato a la presidencia de la Comisión, las fuentes consultadas coinciden en que el resultado electoral de esa candidatura poco tendrá que ver con la designación final.
“Ahora mismo”, señalan desde uno de los grupos parlamentarios, “la presidencia de la Comisión depende más de las negociaciones para formar gobierno en Berlín que de las urnas europeas”. Bruselas sospecha que el acuerdo para la gran coalición alemana de populares y socialistas incluirá un pacto sobre los cargos europeos, que podría otorgar el puesto de Barroso al socialista alemán Martin Schulz, actual presidente del Parlamento europeo.
Pero ni siquiera ese trato en la principal capital de Europa estaría blindado, porque el relevo de Barroso coincidirá con otras vacantes. Y el rompecabezas no podrá darse por terminado hasta que encajen todas las piezas. Esa composición final, además, deberá complacer al Gobierno de David Cameron, un electrón libre (su partido no pertenece a ninguno de los dos grupos parlamentarios europeos) que también intentará cobrarse alguna pieza.
Los cargos a repartir incluyen desde las presidencias del Parlamento y del Consejo a la Alta Representación de Política Exterior. A la pelea podría añadirse la Secretaría General de la OTAN. E incluso algún puesto por crear, como la presidencia de la zona euro que pretende establecer París.
La lista es relativamente larga, pero no suficiente para todos los aspirantes. Así que los codazos para abrirse hueco ya han comenzado y ganarán en virulencia a partir de esta semana, tras la cumbre europea del jueves y viernes en Bruselas.
Los regateos serán particularmente intensos durante la reunión que mantendrán el primer día los líderes pertenecientes al Partido Popular Europeo (PPE). Esa formación domina ahora las instituciones europeas, pero con toda probabilidad deberá renunciar a alguna (Consejo o Comisión) en la próxima legislatura, lo que hará la lucha interna más reñida. El PPE tiene previsto celebrar una cumbre extraordinaria el 13 de noviembre para pactar su estrategia de cara a la batalla institucional. Una batalla que, según parece, volverá librarse de espaldas a la población.