Innovación contra las vacas flacas
Un país que no innova es un país muerto. Solo si sus ciudadanos, sus empresas, sus instituciones, sus gobernantes... llevan inserta en su ADN la marca de la innovación, sumada a la investigación y el desarrollo, podrá un país alcanzar las cotas de sostenibilidad imprescindibles para poder mirar confiado el horizonte. La profunda crisis que, como si de las vacas flacas bíblicas se tratara, parece encarar su final tras llegar al séptimo año, ha tenido entre sus principales víctimas a la I+D+i. Una de las razones principales de este importante error se ha gestado en los ajustes presupuestarios, en los que pese a todos los mensajes oficiales de apoyo a la innovación se ha infringido un importante castigo a la inversión pública, mientras que el sector privado hacía lo que podía.
Tras cuatro ejercicios de rigurosos ajustes presupuestarios, el Gobierno ha aumentado por fin los fondos para I+D+i en 2014. En este sentido, debe ser igualmente bien recibida la aprobación el pasado viernes por el Consejo de Ministros del crédito extraordinario de 70 millones de euros para el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), un balón de oxígeno vital que se suma a los 25 millones aportados a finales de junio y que busca solucionar los problemas de liquidez que arrastra hace años el organismo de referencia de la investigación española, que atraviesa también su peor época de vacas flacas.
En estos años de recorte presupuestario para I+D+i, las empresas no se han cansado de reclamar la creación de incentivos fiscales para impulsar la inversión y hacerla más atractiva, y para que el sector privado pueda destinar, sin sobrecostes añadidos, más fondos a esta función fundamental para su desarrollo. La Ley de Emprendedores puede dar parte de la respuesta a esa reivindicación con dos instrumentos. Por un lado, la deducción fiscal a la I+D+i, a la que podrán acceder, bajo determinadas condiciones, empresas en pérdidas. Es una fórmula ideada sobre todo para pymes con ideas y proyectos –es decir, con futuro–, aunque adolezcan de problemas de financiación. El otro instrumento es la patent box, un mecanismo para que las empresas puedan comercializar su I+D+i sin absurdas limitaciones, lo que previsiblemente harán las grandes, pero que no debe excluir a las pymes. El principio de que lo primero es innovar, porque además es rentable, en el que se inspiran, debe ser seña de identidad empresarial. Pero para que la innovación fructifique es necesario que los fondos habilitados para ella se agoten, y eso requiere una gestión más diligente, que incluye también aumento de recursos humanos. Desde estas páginas siempre hemos defendido la innovación. La prueba más evidente son los Premios CincoDías a la Innovación Empresarial, que esta semana cumplen su sexta edición y son seña de indentidad de una apuesta firme por el futuro. Y ese es un esfuerzo del que no vamos a desistir.