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El Foco
Tribuna
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Quiero seguir creyendo

Quiero seguir creyendo en un país donde nuestros políticos sean coherentes entre lo que dicen, hacen y sienten y no los que te suben impuestos y no se aplican la misma medicina que imponen al ciudadano. Que el empresario es alguien con ideas, iniciativa y coraje para emprender y no es la patronal con tono malévolo. Que los sindicatos son los defensores del empleo no solo de algunos empleados privilegiados. Que el jefe es alguien que te aporta visión, ejemplo y te ayuda a crecer personal y profesionalmente y no el que te presiona hasta hacer que aborrezcas el trabajo. Que el compañero es un aliado en el trabajo y que disfruto de su compañía y no el mal rollo de todos los días. Que mi familia entiende mi trabajo y que le dedique gran parte de mi tiempo. Que me preocupe de mi familia en mi tiempo libre y que no siga pensando en el trabajo.

Ya sé que muchos de los lectores pensaran que debo estar en las nubes y que eso de un mundo feliz, es una utopía. Estoy de acuerdo, pero cuando alguien me dice eso le cuento la historia del discípulo que le pregunta al maestro: Maestro, ¿qué es eso de la utopía? Ven aquí mañana por la mañana y te lo mostraré.

Al día siguiente, la misma pregunta: ¿Qué es la utopía, maestro? mira ¿Ves el sol en el horizonte?, Sí ¿ves el camino? Sí, pues camina. Llevaba cuatro kilómetros andando y pensaba ensimismado: seguro que el maestro es muy inteligente, pero yo no me entero de nada. Perdone maestro que le vuelva a preguntar, pero ¿Qué es eso de la utopía? ¿Tú ves el sol en el horizonte? ¿Tú ves el camino? Sí, pues camina. Llevaba once kilómetros y ya muy cansado volvió a preguntar: maestro ¿Me puede explicar qué es eso de la utopía y que yo lo pueda entender? ¿Tú ves el sol en el horizonte? Sí y no me lo vuelva a repetir, ya le he oído. ¿Y cuando crees que llegaras allí? Nunca, y ¿Qué estás haciendo toda la mañana? Caminar hacia allí.

Cada uno de nosotros somos una biopsia de la cultura de nuestro país. Por ello, tenemos que trabajar sobre los valores que condicionan nuestras actitudes y nuestras conductas, si queremos caminar hacia esa utopía.

Tenemos que trabajar sobre los valores que condicionan nuestras actitudes y nuestras conductas

La cultura no es el conjunto de creencias estudiadas o descubiertas por un grupo de antropólogos en el Pacífico del sur, es un molde en el cual todos estamos fundidos y que controla nuestras vidas de una multitud de maneras insospechadas. Este molde ha funcionado lo suficiente para que ser considerado como la forma correcta de pensar, sentir y actuar de un grupo determinado y esconde más que descubre y curiosamente se lo esconde más a los propios participantes.

La cultura es como el agua para el pez, solamente lo nota cuando le sacas fuera. Por eso, hablamos más de España cuando viajamos fuera de ella. Detectamos cosas que nos gustan: “Cómo en España en ninguna parte”, pero también es verdad que detectamos valores de los que no nos sentimos orgullosos como son la integridad, el respeto a lo diferente, el coraje para pasar de las ideas al invento y del invento al proyecto, el reconocimiento al trabajo bien hecho independientemente de quien lo haya hecho o el color político de quien lo hizo y el sentido del compromiso, como base de nuestra imagen externa y por tanto, de la confianza y credibilidad.

La clave está, por tanto, en cambiar los aspectos de nuestra cultura que nos permitan ser una sociedad de la que nos sintamos orgullosos y que los que vivamos en ella, tengamos un futuro prometedor sin desempleo. Para hacerlo hay que dominar qué es ese tema de cultura, cómo se arraiga, cómo se transmite y cómo se cambia. Es la disciplina que nuestros políticos, empresarios y agentes sociales deberían conocer, practicar y convertirla en un hábito. Se lo debemos a las nuevas generaciones.

Por dar un esbozo sobre cómo se arraiga, decir que los tres primeros conceptos que mayor impacto tienen en el arraigo de la cultura son: en primer lugar, a qué dedica el tiempo el líder, que premia, que castiga, que controla; en segundo lugar, cómo reacciona ante situaciones críticas; y en tercer lugar, su estilo de dirección. Nada tiene que ver con credos, códigos éticos, etc. Son temas de liderazgo y es el lenguaje de los hechos el válido, y no el de las palabras.

Es preciso que los que ostentan el poder se cuestionen sus propias creencias

Si queremos otros valores culturales que ayuden a conseguir un futuro mejor, debemos preguntar a los jóvenes sobre qué futuro quieren, pues es el suyo y pongámonos en marcha los que hoy estamos al frente de organizaciones, personas y grupos, dando ejemplo y siendo coherentes con el mismo. Hoy es muy necesario convivir de forma natural diferentes generaciones.

Para dar el primer paso en el cambio de cultura, es preciso que los que ostentan el poder se cuestionen sus propias creencias. “Las serpientes se matan dándoles en la cabeza no en el rabo”. Por ello, es tan difícil acometerlo, pues requiere mucha generosidad, valor no muy abundante en este colectivo.

Cualquier organización que desee revisar sus creencias tiene que explicitar las normas no escritas. Esas creencias limitantes son las que debemos cambiar y las demás mantenerlas. Para ello, debemos establecer planes de comunicación eficaces, dotar de medios para que sea posible y realizar acciones ejemplarizantes para movilizar a las personas y grupos hacia esa cultura deseada –si quieres que las personas cambien, cambia tú-.

Me gustaría terminar parafraseando a Goya cuando dice que “la fantasía abandonada de la razón produce monstruos, pero unida a ella es la base de las artes”. Espero que la utopía con pequeñas sugerencias de cómo avanzar hacia ella sirva a personas con coraje para dar pequeños pasos en esta larga caminata hacia una sociedad mejor.

José Miguel Ucero Omaña es profesor del área de Executive education de ESIC

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