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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Combinar austeridad y crecimiento

Vientos de cambio –tal vez brisas de cambio sería un término más adecuado– recorren lentamente Europa. La presión de las economías más débiles del entorno del euro en favor de una política que apueste por estimular el crecimiento se abre paso, poco a poco y con prudencia, en el corazón del continente. Si hace un año François Hollande reclamaba como flamante presidente de Francia el fin de las políticas de austeridad, hoy su discurso ha adoptado un tono más realista. En la primera reunión con el nuevo primer ministro italiano, Enrico Letta, celebrada ayer en París, Hollande reclamó de nuevo una política europea de estímulo económico, pero lo hizo al tiempo que se comprometía con la necesidad de seguir aplicando medidas de corrección del déficit público. El presidente francés pidió, de forma más o menos velada, a las economías más pudientes de Europa que ejerzan de locomotora y tiren de los frágiles vagones de cola del euro. La diferencia entre el anterior discurso del presidente francés y el que mantiene un año después no es otra que una experiencia real y concreta de gobierno. Más allá de esa circunstancia, la fórmula que aboga por combinar austeridad y crecimiento tiene hoy un peso que habría resultado insospechado hace apenas doce meses. Prueba de ello es la propia España y la relajación del calendario para avanzar hacia el ajuste fiscal que el Gobierno ha obtenido de Bruselas. Un gesto de gracia que hace no demasiado tiempo, cuando el discurso alemán de apoyo a los recortes estaba en su apogeo, era muy difícil de preveer.

Deducir, sin embargo, de este nuevo planteamiento económico una licencia para descuidar las políticas de consolidación fiscal sería un grave error. Todas las economías más débiles del euro saben ya por experiencia propia y tras varios años de crisis el lastre que supone para el crecimiento los costes de financiación en el mercado. Una presión insostenible a largo plazo y que sólo un saneamiento de las cuentas públicas de cada estado puede moderar. Suavizar ese ajuste –tal y como ha sucedido en el caso de España– y tratar de combinarlo con medidas de estímulo resulta una propuesta interesante siempre y cuando no se pierda de vista que es necesario reducir los costes de financiación de la economía en todos los países. Es cierto que los peores momentos de la crisis de deuda soberana han pasado y que los costes de financiación del sector público y de las grandes empresas han comenzado a reducirse. Pero todavía queda por delante la urgente labor de que los efectos beneficiosos de la política monetaria del Banco Central Europeo consigan llegar al pequeño tejido empresarial de las economías periféricas, que soporta unos costes financieros mucho mayores que sus vecinos. Es hora de que las brisas de cambio que piden estímulos exijan a las autoridades monetarias una política crediticia dirigida a ese objetivo.

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