El voto de castigo da en la línea de flotación de Bruselas
Bruselas teme que el 'efecto Grillo' se repita en las elecciones al Parlamento Europeo La Comisión acoge con preocupación el fuerte desencanto de la ciudadanía con las instituciones europeas
Las elecciones generales en Italia de la semana pasada han golpeado en la línea de flotación de la Unión Europea. Por primera vez desde el comienzo de la crisis, y tal vez desde la fundación del club, el voto de castigo en un país se ha ensañado con la opción electoral que encarnaba los designios de Bruselas: el amasijo de centro liderado por el antiguo comisario europeo Mario Monti.
El resultado italiano confirma que el voto de castigo socava ya por igual la base electoral de los partidos en el poder y los de la oposición, un fenómeno que se refleja en los casi 20 millones de votos que han perdido las dos coaliciones dominantes (la izquierda de Pier Luigi Bersani y la conservadora de Silvio Berlusconi) en comparación con sus resultados de hace seis años.
Pero el hundimiento de la fórmula Monti muestra además que los votantes ya no se conforman con destruir a las opciones políticas tradicionales. Ahora han identificado también a la Unión Europea como una de las principales culpables del marasmo económico y social que padecen.
Y eso que Monti, como recordó él mismo en Bruselas el pasado jueves, ha sido de los pocos líderes que no han responsabilizado a la UE por los ajustes y recortes que ha aprobado durante los 15 meses de su Gobierno tecnocrático.
En otros países, la clase política culpa sistemáticamente a Bruselas de cualquier medida impopular. Una “tradición” que en tiempos de bonanza parecía inofensiva. Pero que en esta época de crisis, desconfianza y nacionalismo rampante coloca a Europa en el punto de mira de los votantes.
El castigo podría consumarse en las próximas elecciones al Parlamento Europeo, previstas para la primavera del año que viene. Hasta ahora, la inquietud de Bruselas ante esa cita era la creciente indiferencia del electorado, cuya participación ha caído desde el 62% en las primeras elecciones (1979) al 43% de la última convocatoria, con siete de los 27 países por debajo del 35%, incluidos Reino Unido, Polonia o la República checa.
Pero la abstención parece ahora casi un mal menor tras la aparición en escena de movimientos como el de Beppe Grillo, cuyo discurso de ruptura con el aparato institucional ha captado el 25% de los votos en los comicios italianos.
Bruselas teme que el fenómeno se repita a escala continental, sobre todo, en unas elecciones como las europeas en las que los ciudadanos pueden permitirse escoger la papeleta más alternativa, radical o destructiva sin preocuparse demasiado por las consecuencias.
“La composición del próximo Parlamento es imprevisible”, reconoce con preocupación el eurodiputado español del grupo Popular, Salvador Garriga, con cuatro legislaturas consecutivas en el hemiciclo. Garriga recuerda que en Alemania, donde se elegirán 96 de los 751 eurodiputados en 2014, se ha rebajado el umbral mínimo de votos para acceder al escaño, lo que podría facilitar la fragmentación del electorado. Y que en Reino Unido (73 escaños) el debate europeo está marcado por UK Independece, un grupo que defiende la salida del país de la UE y lidera los sondeos para la cita de 2014.
En otros países, como Holanda (26 escaños) o Polonia (51) las opciones euroescépticas o antieuropeas ya lograron en 2009 buena parte de los votos y no parece que se hayan debilitado. A todo ello se suma la irrupción de Grillo en Italia (73 escaños), cuyo movimiento plantea el abandono del euro y la renegociación de los Tratados de la UE.
La Comisión Europea no puede disimular su desconcierto ante esta evolución y la semana pasada, tras el cataclismo italiano respondió de manera errática y contradictoria.
El presidente de la Comisión, José Manuel Durao Barroso, hizo un canto a las políticas de crecimiento tras el fracaso electoral de la austeridad, mientras su comisariode Economía, Olli Rehn, proclamaba su presunta fe keynesiana y el deCompetencia, Joaquín Almunia, se desentendía de cualquier responsabilidad y aseguraba que “el problema está en Italia, no en Bruselas”.
La táctica del camaleón y del avestruz, sin embargo, ya no funciona. El año pasado se tambaleó en Grecia, con el éxito del movimiento Syriza. La debacle económica del país y la amenaza de su expulsión del euro doblegaron a un electorado dispuesto a dar la espalda a socialistas y conservadores.
Pero no parece posible repetir el chantaje con Italia, tercer país más poblado de la eurozona y segunda potencia comercial, detrás de Alemania. Y menos aún si el voto de protesta se extiende por toda la UE. O Bruselas consigue frenarlo o se expone a un descalabro como el de Monti a escala continental.