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Tribuna
Columna
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Confianza, credibilidad, dignidad

Nada es más frágil que la confianza. Rota ésta la sensación de deriva, de falta de credibilidad se abre paso. La crisis también la ha roto, incluso la ha destrozado completamente. Hoy sólo una palabra está en el imaginario real colectivo, corrupción. Y la proyectamos hacia los políticos, hacia lo público, como un espejo convexo que atrapa imágenes y realidades. Pero los diagnósticos no siempre son certeros, ni tempestivos. La crisis no la iniciaron los políticos, éstos tal vez consintieron y desregularon para que un mercantilismo sin alma y especulativo no tuviera ni reparos ni escrúpulos. Es fácil inculpar, también exculpar, pero más aún instalarse en un segundo plano mientras la atención y los focos los acaparan otros. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?, ¿cómo lo hemos permitido y tolerado? Hemos vivido en un nirvana de autocomplacencia y exageración del todo por el todo. Se ha erosionado nuestro modo de ver y vivir por que todo era simplemente artificial. Hemos sido ciegos viendo, hemos sido sordos escuchando, hemos mirado hacia otro lado interesadamente. Lo hemos aceptado activa y pasivamente, tal vez por un ebúrneo sectarismo, tal vez por el maniqueísmo propio del ser humano. Nos hemos plegado y encerrado en nosotros mismos, y hemos, sobre todo, dejado hacer. Hoy pagamos las consecuencias del exceso y del vacío. Un sistema de valores que hemos erosionado lenta pero inexorablemente en los últimos años. Una sociedad abúlica de demasiados yos, de demasiados egoísmos y falta de solidaridad.

La podredumbre de la corrupción, de las malas prácticas regulatorias, gestoras, empresariales y no empresariales, el fallo de supervisiones y control en lo privado y público, la pasividad, la ausencia de competitividad, de rigor, de eficiencia y eficacia la han hecho el resto. Viejos moldes, viejas estructuras económicas y empresariales que no sirven y que se han estirado. O cambiamos el modelo, o cambiamos la estructura o no creceremos.

¿Por qué se ha permitido que fallase?, ¿por qué nos dormimos en un regazo de complacencia y desidia, descontrol y agotamiento de modelos sin innovación, sin diversificación, sin creatividad real? La crisis no ha pasado, sigue golpeando, destruyendo el tejido productivo, el músculo, débil de por sí, empresarial e industrial, y lanzando su mordaza terrible sobre el empleo. El verdadero drama y rostro más hierático, millones de desempleados, de esperanzas rotas. No hay iniciativa. No hay medidas enérgicas para la creación de empleo, no hay crecimiento porque simplemente no hay ni se concede crédito. Se sanea un sistema financiero que colapsó por la irresponsabilidad, el abuso, la desregulación, la falta de control y ética de no pocos directivos. Nadie responde sin embargo. Cientos de miles de pequeñas empresas cierran todos los años. Autónomos que lo pierden todo. Ocho mil concursos que concluyen en liquidaciones.

Hoy pagamos el precio de la deriva moral como sociedad y la corrupción generalizada, tolerada y bendecida por todos. Nada volverá a ser igual, no debería ser igual a como ha sido en el pasado pero tampoco debe empobrecerse por empobrecerse el tejido social y de bienestar de un estado avanzado y tan posmoderno de sí mismo que ha colapsado. Llega la hora de la serenidad para repensar un tiempo y una sociedad enferma. El modelo y no amputarlo sino hacerlo eficiente podando lo innecesario y lo superfluo. Es el reto. Saberlo explicar. Implementar, decidir, ejecutar. Pero esta recuperación no servirá de nada si no procede al mismo tiempo una regeneración total, de lo público y lo privado, la empresa y la administración. Regenerar los actores sociales, los partidos, sindicatos, asociaciones y fundaciones. La sociedad civil en suma, inconsciente de su fuerza y capacidad motora para enderezar los pilares torcidos de nuestro sistema de convivencia. Regenerar la ilusión, el espíritu de sacrificio, el trabajo, el rigor, el esfuerzo colectivo de un pueblo, que junto es más que separado. Pero ¿quién ha de hacerlo?, ¿quién liderará un nuevo pacto, necesario y principal?

Es hora de repensar, reflexionar, liderar. De saber hacia dónde queremos ir si es que realmente queremos ir hacia alguna parte. El deterioro nos aflige, nos acorrala sin que nos demos cuenta. Es hora de que un país recobre su dignidad, de que la confianza y la credibilidad se instauren, pero antes hay que amputar, hay que extirpar el cáncer de la mediocridad, de la indiferencia, de la mentira, del fraude, de la corrupción. Hoy más que nunca urge el liderazgo, el pacto, la valentía, el coraje, y urge tanto en lo político como en lo privado. Hace falta una ética límpida, empresarial y pública. Hacen falta empresarios que creen, que edifiquen y hace falta apoyarles. Hace falta que fluya ese crédito para cambiar las estructuras de una economía colapsada y estéril. Todo debe cambiar. Y todo debe regenerarse.

Abel Veiga Copo es profesor de Derecho Mercantil de ICADE

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