Contra la complacencia, todas las reformas
Coincidiendo con la impresión detectada por otros medios, este periódico ha advertido, y ha relatado, el giro que sobre la percepción de España han registrado los mercados financieros en las últimas semanas. Unas cuantas pistas permiten asegurar que la expectativas, ese activo tan importante como inasible, han mutado del pesimismo al optimismo, aunque queda un apreciable trecho para que la economía real pueda obtener los frutos de un cambio de tendencia financiera. Por tres meses España ha registrado entrada neta de capitales, tras haber contabilizado masivas salidas entre julio de 2011 y octubre de 2012, cuando se temió un abandono de España del euro o incluso una ruptura definitiva de la moneda europea; ha llegado a registrarse ya un superávit por cuenta corriente, con un notable tirón de las exportaciones; se han abaratado los costes hasta el punto de lograr la relocalización de una industria del automóvil muy competitiva; el Gobierno ha logrado reducir el déficit fiscal en más de dos puntos en un adverso clima recesivo; el Tesoro coloca con comodidad emisiones en un mercado que en ningún momento se ha cerrado para España; y la prima de riesgo ha descendido a la mitad de sus máximos de julio de 2012.
Pero dado que este giro en la percepción no garantiza una mejora inmediata en la economía real de un país con seis millones de parados, aunque sin este giro tampoco será posible tal mejora ni siquiera en el medio y largo plazo, carece de justificación la euforia desatada en instancias gubernamentales, el cambio brusco de la retórica oficial de gestión de las expectativas, que puede pasar de exigir grandes sacrificios a la población a argumentar que podríamos estar salvados. Esta especie de complacencia súbita es el peor de los tránsitos para afrontar las estrecheces que restan, más abultadas que limitadas si se quiere evitar la petición de rescate y recuperar, con una financiación asequible, el crecimiento del PIB y del empleo.
Entre las reformas de Rajoy, algunas costosísimas, el doble Plan de Draghi de liquidez y compra de deuda, la puesta en marcha de la limitada unión bancaria y la determinación de Alemania de que el proyecto monetario del euro siga adelante, aunque sea refundado, han evitado el colapso económico de España. Pero hasta ahora solo se ha frenado el camino hacia al abismo, al que también caminaban de la mano Italia y otros países sureños. Para devolver las cosas a su sitio, a una situación de estabilidad, sosiego y crecimiento, queda un muy largo y espinoso camino, y muy poquito tiempo para recorrerlo.
Los procesos electorales en Europa, el alemán más que ningún otro, podrían anestesiar las decisiones en la UE, y aflojar la presión. Pero los mercados no acostumbran a gastar tanta paciencia, y bien podrían presionar otra vez a España a dar los pasos que faltan por si mismos o a provocar el rescate de la UE. No debe pasar por tanto de este semestre, quizás ni siquiera de este trimestre, que el Gobierno ponga en marcha las reformas que faltan para completar el autorrescate, para evitar el rescate completo. Con lo hecho hasta ahora la prima no bajará de 300 puntos en el mejor de los casos, y así, y en auseencia de ahorro privado, no habrá financiación asequible y en cantidad suficiente como para recomponer el crecimiento.
Los esfuerzos hechos no pueden quedar en la improductividad del baldío. La renuncia de cotas de bienestar proporcionadas hasta hace poco y ahora recortadas, el descomunal recorte de remuneraciones en colectivos públicos y pasivos o el sacrificio de costes apuntado en la economía privada comienza a dar unos frutos que solo madurarán si se persiste en el esfuerzo. El Gobierno tiene que corregir el discurso fácil de complacencia y poner un cerrado guión de reformas inmediatas que surtan efecto sobre los gastos públicos estructurales y sobre los ingresos generados por la actividad. Reformar para garantizar las pensiones; dimensionar el tamaño del sector público administrativo; atajar excesos en el seguro de desempleo y en el sistema impositivo; devolver la unidad de mercado a las empresas; facilitar el emprendimiento de negocios; diseñar y aplicar con valentía la gran ausente reforma eléctrica; cumlmar el ajuste bancario; etc. Remover todo aquello que proporcione financiación asequible, estimule la toma de riesgo y remueva el crecimiento.