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Columna
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Pocos extrañarán a Juncker

Jean-Claude Juncker estaba cansado desde hacía tiempo de su trabajo como jefe del Eurogrupo, y Europa también se ha cansado de él. Su rostro arrugado y sus ambiguas declaraciones tras las cumbres se han convertido en símbolos de la incapacidad de la eurozona para resolver su crisis.

Atrás quedaron los días en que el excanciller alemán Helmut Kohl definía al primer ministro de Luxemburgo como "un golpe de suerte para Europa". Difícilmente se echará de menos a Juncker entre los ministros de finanzas del Eurogrupo. Rara vez hizo algo más útil que sus llamamientos por "un pensamiento europeo".

Juncker tiene responsabilidad personal en los problemas del euro. Fue un arquitecto del Tratado de Maastrich, que puso los límites al endeudamiento público pero ignoró los riesgos de los préstamos privados y los desequilibrios comerciales dentro de la eurozona. En los primeros pasos de la crisis griega, disparó contra los mensajeros como las agencias de rating, en lugar de intermediar por un acuerdo efectivo.

El punto más bajo de su credibilidad se produjo en mayo de 2011, cuando su portavoz negó públicamente las informaciones sobre un gabinete de crisis secreto de los ministros de finanzas que sí se estaba produciendo. Si quieres organizar una reunión secreta, deberías al menos ser capaz de mantenerla en secreto.

Sin embargo, los defectos institucionales y las deficiencias estructurales representan la mayor parte de la debilidad de Juncker. æpermil;l viene de un país que no ha tenido durante mucho tiempo su propia moneda pero sí tenía historia como un paraíso fiscal, por lo que Juncker carecía de influencia y autoridad. Sobre todo cuando las decisiones verdaderas sobre el futuro de la moneda única se toma en París y Berlín. Es cierto que una personalidad más fuerte de un país más poderoso podría haber sido más efectiva. Pero incluso un gran líder podría encontrar muy complicada la tarea. No es de extrañar que poca gente se apresure a sucederle.

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