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Tribuna
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El daño de la indecisión

Prácticamente todos los países desarrollados acusan la escasa predisposición de los inversores a invertir en nuevos negocios, puestos de trabajo o ideas.

Los inversores han adoptado una actitud pasiva de espera por la falta de confianza y certidumbre, están molestos y escépticos. Durante cinco años, han consumido casi diariamente un menú repleto de pesimismo. Con un escándalo financiero tras otro, muchos inversores particulares piensan que el mercado está en su contra. Los que aguantaron a lo largo de los 10 años previos a 2009 han sido víctimas de la década perdida, con una rentabilidad total de cero frente al índice MSCI Europe. Los inversores apenas ven consenso por parte de los líderes políticos para abordar retos a largo plazo en materia presupuestaria y de competencia. El resultado es una gran incertidumbre sobre el futuro, falta de confianza en las instituciones políticas y parálisis en los mercados.

Esta necesidad de mantenerse al margen hasta que lleguen tiempos mejores inhibe el crecimiento económico y exacerba el silencioso problema del ahorro para la jubilación. Esto es ya una realidad para los trabajadores de más edad, que han visto caer sus ahorros al desplomarse el precio de sus viviendas y ahora deben encontrar otras fuentes de ingresos a largo plazo.

O somos capaces de educar a los trabajadores más jóvenes para que empiecen a ahorrar ahora, de modo que sus ingresos se capitalicen durante décadas, o la brecha entre lo que se ahorra y lo que se necesita para la jubilación solo crecerá. Una persona que se incorpore al mundo laboral a los 22 años, ahorrando ¤2.000 al año, podría acumular medio millón para los 62, si suponemos una rentabilidad anualizada del 8%. Si espera a los 32, tendrá que ahorrar más del doble cada año para llegar al mismo objetivo.

Para recuperar la confianza de los inversores es necesario reconocer que a pesar de todo hay indicios de vida en los mercados. Los inversores con vistas al largo plazo se han beneficiado del repunte de la renta variable de EE UU durante los dos últimos años. También hay motivos para un optimismo prudente en la economía global, como las medidas adoptadas para evitar la ruptura del euro, el crecimiento continuo -aunque lento- de China y el inicio de una recuperación del mercado inmobiliario americano.

Pero no nos equivoquemos, los mercados seguirán siendo volátiles. El impacto del riesgo político en los mercados casi lo garantiza, aunque la volatilidad también genera oportunidades. Las acciones europeas se negocian actualmente a precios históricamente baratos, con un PER de 13 veces, frente a la media de 18 registrada en los últimos 20 años.

Para seguir progresando, se precisan actuaciones por parte del sector financiero y político a fin de restablecer la confianza que falta en los mercados. El sector de los servicios financieros y bancarios debe ser considerado parte de la solución a los males del mercado, no la causa. Ello requiere un compromiso constructivo con los reguladores sobre mecanismos que introduzcan una mayor transparencia para los inversores. Las empresas financieras han de ser cristalinas sobre la forma en que alinean sus intereses con los de sus clientes, en lo que respecta a las comisiones y los riesgos asociados a los productos que comercializan, desde fondos de inversión hasta tarjetas de crédito e hipotecas. La educación financiera y unos productos de inversión transparentes ayudan a los inversores a aprovechar las oportunidades del mercado y conseguir rentabilidad para cumplir sus objetivos. Así restableceremos la confianza en los mercados y animaremos al mundo de la inversión.

No debemos esperar que los inversores lo hagan solos. Los responsables de las empresas y nuestros gobernantes necesitan adoptar una visión largoplacista y restablecer la confianza sobre el futuro en su gestión diaria. Nada daña más a los mercados financieros que la indecisión.

Independientemente de quién gane las elecciones de EE UU, la atención se desplaza de la crisis de la deuda europea al problema del ajuste presupuestario americano y la capacidad del Congreso para evitarlo. Si no se consigue esquivarlo, el país caerá de nuevo en la recesión. Debido a la incertidumbre, las empresas ya están retrasando la inversión y la contratación. Solo un acuerdo entre los dos partidos permitirá abordar este desafío y afrontar el problema a largo plazo de EE UU: la reducción de la deuda y el déficit. Otra fuente de incertidumbre es la complejidad de los sistemas fiscales en muchos países. Los Gobiernos de la UE han ajustado tanto el gasto como los impuestos. La incertidumbre y la ambigüedad desaniman a consumidores y empresas en lo referente al gasto y repercute en el crecimiento económico.

En mi negocio, explicamos a los inversores que no pueden ahorrar para el futuro en el futuro, es demasiado tarde. El instinto de preservar lo que tenemos hoy es humano y poderoso, pero no nos ayudará a construir lo que necesitaremos mañana.

James Charrington. Presidente de Blackrock para EMEA.

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