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¿Barroso o Van Rompuy? Sobran los dos

Hubo un tiempo (finales de 2009) en que Bruselas se regocijaba ante la previsible y estimulante competencia entre José Manuel Barroso y Herman Van Rompuy por hacerse con las riendas de la agenda comunitaria. Pero el presidente de la Comisión Europea y el primer presidente permanente del Consejo Europeo han preferido una convivencia estéril que pone en entredicho la utilidad de ambos cargos. No se hacen sombra porque ninguno de los dos se atreve a ponerse de pie.

Ambos han traicionado en cierto modo su mandato al plegarse una y otra vez a los dictados de Berlín y París. La misión de Van Rompuy hubiera sido garantizar un trato político no discriminatorio entre los Estados de la Unión. Y la de Barroso, hacer valer la autoridad de la Comisión Europea como garante de los Tratados de la Unión.

Pero no ha sido así. Han preferido convertirse en figuras de cera, pendientes solo del protocolo como el de la próxima recogida del premio Nobel de la Paz. El resto del tiempo han callado cada vez que el Gobierno alemán ha sacrificado el interés común de la UE en aras de algún objetivo nacional. Ya pasó en 2010 cuando Merkel y Sarkozy pusieron en duda la solvencia de la deuda pública de algunos socios de la zona euro.

Más infame resultó su silencio un año después, cuando Merkozy se permitió amenazar a Grecia con la expulsión de la Unión Monetaria si su Gobierno convocaba un referéndum sobre los ajustes y vencía el No. Y tampoco piensan rebelarse ante las dudas que siembra Alemania, para inquietud del Gobierno de Rajoy, sobre la unión bancaria y la recapitalización directa de los bancos.

El colmo del sometimiento llega ahora, cuando Alemania está a punto de neutralizar una crisis de la deuda que en parte ha provocado interesadamente. Y en la hora del indulto al Gobierno de Antonis Samaras, escenificado la pasada semana con la visita de Merkel a Atenas, la inefable pareja bruselense hace oír su voz entre otras mil... para repetir lo mismo que la canciller.

Fíjense y verán que a partir de la cumbre de esta semana (18 y 19 de octubre), Van Rompuy y Barroso dejarán de acorralar a Grecia con su "puede seguir con nosotros pero solo si cumple sus compromisos", copia literal de lo que han oído en Berlín. Y no porque hayan reflexionado sobre la legalidad o racionalidad de dicha amenaza. Ni porque Grecia vaya a cumplir compromiso alguno. Nada de eso. Simplemente, los dos se encogen de hombros y se limitan a interpretar los gestos que ven en algunas capitales.

Algunos observadores achacan esta irrelevancia de los dos presidentes a la crisis financiera, que ha dejado sin margen de maniobra tanto al inquilino del Berlaymont como al del Justus Lipsius. Otros, más ácidos, culpan a la inanidad política del antiguo presidente del senado belga, que ha acabado arrastrando a un exprimer ministro portugués más proclive a dar la batalla. Poco importa.

Lo que ha quedado claro es que sobra uno de los dos y ya se estudia la posibilidad de fusionar sus puestos. ¿Servirá de algo? La UE, al menos, se ahorrará un sueldo de más de 200.000 euros al año, algún coche oficial y unos cuantos guardaespaldas. ¿Y políticamente? La experiencia de la fusión en política exterior, con Catherine Ashton como voz única, hace temer lo peor. Y puede alentar a quienes piensen que no merece la pena elegir entre Barroso y Van Rompuy... porque sobran los dos.

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