Neuroseparatismo
Dicen los gurús del neuromarketing que nuestras decisiones de compra se basan un 10% en elementos racionales (cubrir necesidades, utilidad del producto, prestaciones reales) y un 90% (!) en elementos emocionales (colores, olores, recuerdos). Esta idea es válida no solo para pequeños gastos superfluos, sino también cuando adquirimos coches, apartamentos vacacionales o nuestras viviendas habituales, esas que nos atan a nuestros queridos bancos durante 30 o 40 años. Quizá por ello, más del 60% de los adultos en la Unión Europea reconoce haber realizado compras innecesarias en el último año.
De manera análoga, durante la semana pasada se ha vivido la celebración de la Diada más emocional o metaconsciente de la historia de Cataluña. Así, frente al hecho objetivo de que el Estado obtiene de Madrid mucho más de lo que obtiene de Cataluña; frente al hecho contrastable de que casi dos terceras partes de las exportaciones catalanas se hacen al resto del territorio español, miles de catalanes claman por el dinero que "nos roba Madrid".
Algún tertuliano recordará que estas tempestades vienen de aquellos vientos en forma de irresponsables transferencias realizadas a las autonomías en materia de educación. A Cataluña, en concreto, en 1980: toda una generación educada en el pujolismo. Too late, por lo tanto, para pedir sosiego, cabeza fría o, al menos, una mica de seny.
El debate sobre la secesión de Cataluña está ahora lleno de cifras y letras tenebrosas: acusado descenso del PIB en ambos territorios eventualmente resultantes; aumento -aún más- del gasto y endeudamiento públicos catalanes como consecuencia de la inevitable creación de nuevas estructuras administrativas, brusca ralentización de las relaciones comerciales entre ambos estados, etc.
Sin embargo, en realidad, lo decisivo también en este caso, no son tanto los datos racionales, sino los sentimientos románticos instalados en el subconsciente. Hoy, incluso, más que ayer tras la conversación (o, quizá, monólogos paralelos) de Mas y Rajoy en Moncloa. "Al que cae desde una dicha bien cumplida, poco le importa cuán hondo sea el abismo", decía lord Byron mientras viajaba a Grecia para luchar por la independencia de este país, lucha que le costaría la vida.
Con el mismo arrojo, miles de catalanes se lanzan ahora al abismo soberanista. Y, lo que es más novedoso y, por tanto, más relevante en todo este proceso lento, pero quizá imparable de ruptura: la "fatiga" de la que habla Artur Mas seguramente es mayor ahora en dirección España-Cataluña que a la inversa. Hace años era muy difícil encontrar adeptos de la independencia en el Estado. Pero en los últimos tiempos -ya incluso antes del último 11 de septiembre- cada vez es más habitual oír "que se vayan ya, estaremos encantados", no solo en Madrid, sino, ¡ay!, en Logroño, Vigo o Santander. También a este lado del Ebro el hemisferio cerebral derecho decide más que el izquierdo. Este no es un fet diferencial.
Un vistazo rápido a la historia de los movimientos nacionalistas periféricos en España nos muestra algunas de sus etapas más fructíferas coincidiendo con durísimos momentos económico-sociales:
l Desastre del 98.
l Años treinta del siglo pasado.
l Finales de los setenta en el mismo siglo.
l Actual recesión 2007-?
No por casualidad. Llevamos en nuestros genes revelarnos contra lo que consideramos injusto o contra lo que percibimos como ataques externos, aunque tengamos que inventarnos al agresor. Ante las frustraciones, nos revolvemos buscando el culpable: los padres para el adolescente; el cónyuge para los cuarentones bajo su particular crisis de madurez; papá Estado para muchos ciudadanos en momentos como los actuales; España para muchos catalanes en momentos de tribulación ante la creciente pérdida de liderazgo económico de su región.
El caldo de cultivo en este contexto es inmejorable y así lo aprovechan quienes agitan hoy el separatismo en Cataluña, o quienes lo harán en octubre desde el País Vasco. El mismo caldo de cultivo favorable a volar puentes y exagerar diferencias se da en el resto de España, muy harta ya de parecer el malo de la película.
En algo tiene razón el president Mas: el cansancio es mutuo y, si hay divorcio, de poco va a servir recordar quién empezó descuidando a su pareja, quién roncaba en la cama o cuál de los dos hacía más ruido en la mesa al comer.
Mientras, Rajoy, sigue encerrado en su convento de clausura echando cuentas y manejando su calculadora Casio de toda la vida. Pero alguien debería explicarle que la algarabía catalana se está convirtiendo en fiestón y que, además, ya se ha extendido a toda España. Un enorme botellón emocional más allá de la franja de Ponent, más acá de la franja de Aragón.
Javier Mourelo. Director de recursos humanos y experto en capital humano