Los primeros siete días del curso más difícil
La semana que hoy comienza es otra de esas semanas decisivas para la economía española y europea. Si los próximos días siguen las pautas habituales cuando son tan grandes las expectativas que se depositan sobre los políticos y los responsables económicos, lo suyo es que al final de la semana experimentemos una melancolía próxima a la desilusión, cuando no a la indignación por la inoperancia de la que vienen haciendo gala unos y otros. Tras cinco años de crisis económica no va a ser en estos siete días cuando se resuelvan todos los problemas, encabezados por una crisis de deuda soberana que amenaza seriamente a España e Italia, dos de las cuatro grandes economías de la zona euro, y hace insostenible su financiación.
Es indudable que de la evolución del curso que ahora empieza depende el futuro del euro; sin embargo, también resulta innegable que en estos próximos días se van a vivir acontecimientos de un calado tal que pueden marcar de manera determinante el futuro europeo y, por tanto, el español.
La historia se construye con casualidades y es una casual coincidencia del calendario la que marca esta semana. En un solo día, el jueves 6 de septiembre, se darán cita tres acontecimientos que pueden ser fundamentales. Por un lado, el Tesoro español se va a examinar de nuevo ante el mercado con una subasta de bonos. Será la primera del nuevo curso y, sobre todo, la primera después de que el Consejo de Ministros diese el visto bueno, el pasado viernes, a una trascendental reforma financiera elaborada para, en primer lugar, evitar que en el futuro se repitan episodios críticos en el sector y, al mismo tiempo, adaptarse a las exigencias de Bruselas. Pero aprobada, sobre todo, para tapar los agujeros que el ladrillo ha generado en los balances mediante un banco malo que, además, el Gobierno prevé que será rentable. El plazo de hasta 15 años que se le ha concedido para vender los activos tóxicos da idea de cómo se deben interpretar los plazos en la resolución de esta crisis.
El gran jueves está prevista también la reunión en la que Mariano Rajoy pondrá colofón a su intensa agenda europea de comienzo de curso. Pero la entrevista del presidente del Gobierno español con Angela Merkel, verdadera titular del poder europeo, debe dar de sí más que el posado fotográfico y las obviedades culminadas con la "irreversibilidad del euro" que vienen adornando todas las recientes reuniones bilaterales, en las que siempre se le recuerda a Rajoy que es España la que debe decidir si quiere o no un rescate y cuándo y cómo lo quiere, tal y como dijo el pasado jueves en La Moncloa el presidente francés, François Hollande. Rajoy está en la obligación de ser extraordinariamente más ejecutivo de lo habitual ante la canciller alemana. Antes que nada, porque, cumpliendo las exigencias europeas, está sometiendo a su país a unos niveles de ajuste de tal dureza que ya están generando una contestación social que irá a más si los sindicatos no cambian sus amenazas por responsabilidad. Pero el presidente del Gobierno español no puede dejar de recordarle a la señora Merkel los últimos datos sobre la economía alemana, que, como no podía ser de otra manera, empieza a acusar en sus exportaciones y en su empleo la crisis del euro.
Porque, mientras Bruselas diseña un mecanismo de ayuda para embridar la prima de riesgo, la oposición alemana a la compra de deuda por el BCE para aminorar las tensiones es uno de los grandes obstáculos a salvar. Está por ver que esta se convierta en esa "droga adictiva" denunciada por el Bundesbank, y Mario Draghi ha manifestado, por fin, su disposición a tomar esas "medidas excepcionales" que a veces son necesarias. Y el presidente del BCE lo hizo en alemán, para evitar equívocos. Es un reto importante para la autoridad monetaria en un momento en el que no está en juego la Europa del futuro, sino el futuro de Europa. Los ciudadanos están en el derecho de exigir a sus autoridades, nacionales y europeas, un nivel de responsabilidad del que hasta ahora no han hecho gala. Porque, al contrario de lo que se cree, en estos momentos está en el aire mucho más que el Estado de bienestar.