Una tarea que no atañe solo a las empresas
En una aparente -y solo aparente- paradoja económica, el déficit por cuenta corriente de España, que registra las necesidades de financiación externa de nuestra economía, se ha reducido a mínimos históricos en medio de una crisis sin precedentes. Ello se debe en gran parte a la mejora de nuestra balanza comercial, cuyo desequilibrio negativo ha disminuido progresivamente hasta constituir hoy, en media anual, una décima parte del alcanzado en 2007. Una buena noticia que tiene, sin embargo, una explicación negativa por la brutal caída que han experimentado las importaciones españolas desde el inicio de la crisis, fruto de la paralización de nuestra economía y de la extrema sequía de la demanda interna.
Pese a ello, hay elementos positivos en la mejora de nuestro saldo comercial que es justo e importante reconocer. Como revela el índice de competitividad de la economía española en la zona euro, las empresas españolas que comercian con el exterior están llevando a cabo un esfuerzo hercúleo para tratar de ganar -o al menos, de no perder- cuota de mercado en el exterior. Para ello los empresarios han recurrido a ajustes en materia de precios y a moderación salarial, únicas herramientas de que disponen para tratar de mantenerse en pie en medio del vendaval. Esa estrategia se ha traducido hasta el momento en un recuperación del 70% de la competitividad perdida durante los años de bonanza económica. Según datos del Ministerio de Economía, durante el segundo trimestre del año una de cada cuatro compañías exportadoras reconocía estar bajando precios y estrechando márgenes como fórmula para mantenerse en el mercado. Ese esfuerzo de contención, unido al desplome de las importaciones, ha conseguido dar la vuelta a la balanza comercial española con la Unión Europea y la zona euro, que ha logrado un superávit de 3.335 millones en los primeros cinco meses de este año. Fuera de UE, el saldo sigue siendo negativo.
Dada la precaria situación del consumo interno en España, el sector exterior constituye una de las escasas palancas que pueden contribuir a oxigenar nuestra economía. Ello exige que el esfuerzo de las empresas exportadoras se vea respaldado por un apoyo público e institucional firme y cuyo objetivo sea que cada vez más empresarios puedan buscar fuera de las fronteras españolas las oportunidades que no hallan dentro. Iniciativas como el anunciado lanzamiento de la campaña de promoción de la Marca España, todavía sin materializar, deben ser revitalizadas como parte de una estrategia diplomática y comercial que comprometa a la totalidad del Gobierno. No en vano la lucha por mejorar la competitividad española en el exterior es una batalla que no atañe solo a los empresarios, sino al conjunto de los poderes públicos. Entenderlo así es vital para las empresas, pero también para el futuro de España.