Todos pueden hacer más
Desde el abismo, España debe proyectar una perspectiva clara. El autor pone como ejemplo los dos frentes actuales: la recapitalización bancaria y los mecanismos de asistencia a las comunidades.
A finales de junio Europa vivió un espejismo con una cumbre en la que se apuntaba hacia avances rápidos y contundentes hacia una unión bancaria y fiscal. El espejismo se tornó rápido en el sueño de que España, que por entonces había cerrado una importante garantía y ayuda para su sector financiero y que aspiraba a encontrar una mayor estabilidad para los difíciles y duros retos que, en cualquier caso, había de afrontar. Pero el sueño se ha convertido en una pesadilla y tal es el grado de desesperanza que parece que si la solución no llega de Fráncfort ya no va a llegar de ningún sitio.
Es evidente que tanto se ha dejado llevar la supuesta gobernanza europea por los acontecimientos que ahora mismo solo el BCE podría frenar esta sangría. El problema es que el BCE está lejos de ser una solución permanente y las últimas veces en que ha inyectado liquidez o ha comprado deuda ha servido para dar un respiro al enfermo pero no para curarlo. Y así volvería ser. Así que, aun siendo ya necesario por lo perentorio de la situación, el papel del BCE sería insuficiente y la próxima sacudida sería ya mortal. Haga lo que haga el BCE -e, insisto, a corto plazo debería hacer algo-, el papel sigue estando en España y Europa. España no puede rendirse. Exigir ayuda es importante pero claudicar es absurdo. España tiene todo el derecho a solicitar que sus socios europeos hagan algo por frenar un acoso desmesurado y brutal sobre su deuda, pero España también puede hacer más por proyectar el país desde una imagen tan deteriorada como la actual y tratar de esclarecer la foto de qué se pretende hacer de España en dos días, en un mes, en un año y en la próxima década. Desde el abismo la perspectiva que debe proyectarse del país debe ser lo más clara posible, lo que requiere valentía, determinación y acierto en la estrategia y en su explicación y comunicación.
Tomemos como ejemplo los dos frentes fundamentales a los que se enfrenta España en estos momentos: la recapitalización bancaria y los mecanismos de asistencia financiera a las comunidades autónomas. En el terreno financiero, España precisaba una garantía suficiente y una concreción de la condicionalidad por esa garantía que habría de marcar una hoja de ruta clara. La garantía llegó con los famosos 100.000 millones de euros pero la condicionalidad se ha convertido en una especie de pesadilla estratégica por el amplio número de puntos que ha tocado. El problema es que aunque las medidas pudieran entenderse en su mayoría como conducentes a una mejora del sector financiero español, el abanico de posibilidades que deja abiertos para los decisores es demasiado amplio y difícil de concretar a corto plazo. Esto sigue creando incertidumbre en el mercado y cualquier esfuerzo por aclararlo cuanto antes desde España será vital.
Todas las entidades financieras españolas sin excepción requieren ya de su hoja de ruta definitiva después de cuatro años de vaivenes regulatorios y una gran incertidumbre que redunda en la desconfianza. Si uno repasa el dinero que otros países europeos han inyectado en sus sectores bancarios, los 100.000 millones concedidos a España parecerían una cifra reducida. Y ahí están un número importante de grandes bancos nacionalizados en toda Europa sin que se oiga mucho de la condicionalidad que se les haya podido imponer. Desde que recibieron los recursos, la calma llegó pronto a sus sistemas financieros, no sin dificultades pero con mucho mayor espacio y confianza para retomar el vuelo. En España, vistas las circunstancias, se antoja, sin embargo, demasiado tiempo el que habrá que esperar y habría que intentar acortar algo los plazos para aclarar a qué entidades irán los recursos y los medios que se emplearán. Muchas entidades merecen esa confianza, la mayoría.
En cuanto a la financiación de las comunidades autónomas, este es otro claro ejemplo de cómo un instrumento aprobado para reafirmar el control y la capacidad de resolver los problemas presupuestarios de las comunidades autónomas se ha acabado convirtiendo en un elemento adicional de desconfianza. Donde se pretendía señalizar control se ha acabado obteniendo más incertidumbre. Si se aclara qué precisa cada comunidad autónoma y cómo se va a financiar podría comprenderse mucho mejor si el mecanismo es un instrumento de control o una vía de gasto que complique aún más las finanzas públicas.
Otra posibilidad de mejorar por tanto desde España mientras en Bruselas y Fráncfort deshojan la margarita. Aquellos que apuestan por la austeridad en Europa pueden estar pidiendo demasiado y puede parecer que no se conforman con nada, pero a la vista está que, con especuladores o sin ellos, algo está fallando y el futuro de España no se visualiza. Cabe, por lo tanto, hacer más y predicar con el ejemplo siempre es bueno. Los ciudadanos sufren con las medidas recientemente adoptadas pero se enfrentarían mejor a la realidad si los sacrificios se comparten de forma más generalizada. Reformas como la de las Administraciones públicas y la representación política podrían ser bienvenidas y a buen seguro contarían con mayor respaldo de los ciudadanos.
Hay capacidad para hacer muchas cosas y no conviene en absoluto cejar en el empeño. Y, aunque el consenso político es importante, no conviene olvidar que la capacidad de decisión con que cuenta este Gobierno es una rara avis en Europa y, por lo tanto, todas las decisiones que clarifiquen esa proyección de España podrían adoptarse sin las dificultades que ello conlleva en la mayoría de los países.
Luego está el pedir que Europa haga su papel, entre otras cosas porque si las costuras de España se desgarran, la zona euro entera se irá deshilando de forma acelerada. La miopía de algunos líderes europeos es incomprensible en este sentido, como muestra que ante la visión de una recesión generalizada se pretenda seguir con una receta de austeridad para todos. Y ante la visión de una España que trata de cumplir con sacrificios ingentes parece que prefieren esperar a ver sangre.
Santiago Carbó Valverde. Bangor Business School y Funcas