Más empujones hacia el precipicio
Una de las grandes y dolorosas enseñanzas de la terrible crisis que atravesamos es que todo es susceptible de empeorar. Las aparentemente buenas noticias -que sobre el papel han sido varias en las últimas semanas- no solo no suman, sino que restan. Cualquier comentario negativo -sea quien sea quien lo emite, sobre todo si es alemán- se tergiversa y magnifica hasta límites insospechados. Y el resultado siempre es igual: máxima tensión en el mercado de deuda que pone en el disparadero a las economías más tocadas, en este caso España y, en menor medida, Italia.
Lo ocurrido el viernes fue eso. Por un lado, se despejaban todas las sombras de duda sobre el mecanismo de rescate del sistema financiero español en unas condiciones más que asumibles y con el apoyo explícito y rotundo de los Parlamentos alemán y finlandés. Pero por el otro, la prima de riesgo española se disparaba y destrozaba todos lo límites anteriores sobrevolando por encima de los temidos 600 puntos básicos, con un bono a 10 de años clarísimamente por encima del 7% y con una Bolsa que se anotaba una sonora caída del 5,8%, el mayor descenso del año. ¿Por qué? Por todo y por nada. Que si un comentario de un político alemán de segunda o tercera fila pidiendo más recortes de gastos en España, que si lo analistas y los mercados consideran que ya ha recortado demasiado y eso le impide crecer, que si la Comunidad Valenciana reclama auxilio financiero al Gobierno central porque no es capaz de afrontar sus compromisos financieros más inmediatos, lo cual se interpreta como la primera de un rosario de peticiones autonómicas. Un cúmulo de circunstancias que tienen un denominador común: la falta de confianza en España por parte de los inversores. Una falta de confianza que, además, está haciendo correr como la pólvora el temor a un rescate que vaya más allá del sistema financiero. Algo que era absolutamente impensable hace tan solo unos meses, ahora se maneja con cierta naturalidad en el mundo de los negocios y de los mercados.
Pero tomar ese camino sería un inmenso error, dado que en realidad lo que se juega en esta partida excede de nuestras fronteras. Es el futuro mismo de la moneda única, de la construcción europea. De ahí que sea absolutamente sorprendente la actitud del Banco Central Europeo (BCE), que parece empeñado en apretar del cuello a las países más afectados por la crisis de deuda para ver cuánto tardan en ponerse cianóticos. Es imprescindible que Mario Draghi dé la orden de que el BCE intervenga para relajar la presión sobre la deuda que está haciendo prácticamente infinanciable la actividad diaria de la economía española. Tiene razón Draghi a la hora de exigir a los dirigentes políticos que pongan en marcha cuanto antes los compromisos asumidos en la última cumbre, especialmente en lo tocante a la unión bancaria, pero la pierde en gran parte por su recurrente inacción.
No obstante, poner todo la carga de la prueba en el presidente del BCE no sería justo ni realista. Son los líderes políticos los que deben abandonar sus dudas y sujetar con firmeza su apuesta por la Unión Europea. La tibieza es la peor de las consejeras en crisis del tamaño de la actual.
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y su equipo también tienen mucho que hacer. Es cierto que han tomado iniciativas de calado y sumamente dolorosas. Alguna de ellas discutibles, aunque en general en la dirección correcta que es la de acabar lo más rápidamente posible con el déficit. Pero no es menos cierto que su poder de influencia allá donde se toman las decisiones de verdad no ha estado a la altura de las circunstancias. De ahí que sea especialmente relevante que trabaje sus apoyos y se rearme. Para este fin, ir en compañía del presidente italiano, Mario Monti, es una buena maniobra, que sin duda tendrá su puesta de largo en la reunión que mantendrán ambos a principios de agosto. Está en juego demasiado, porque en el supuesto de que los hombres de negro aterricen en Madrid, las estrecheces actuales parecerán una auténtica broma. España tiene potencial para salir de esta con bien, pero para ello es necesario que cada cual asuma la parte del sacrificio que le corresponde, por injusto que pueda parecerle.