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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

España lucha contra el círculo vicioso de la deuda

El Bundestag, la Cámara baja del Parlamento alemán, aprobó ayer tarde por una mayoría holgada el rescate bancario de España y la contribución germana al mismo, que supondrá una aportación desde sus arcas de unos 30.000 de los 100.000 millones dispuestos por el fondo de rescate. En paralelo, el Congreso finlandés debatió el mismo asunto, que será votado y seguramente aprobado también hoy, tras alcanzar un acuerdo bilateral España y Finlandia para garantizar la devolución de su aportación. Dos pasos, de concretarse, fundamentales para resolver la recapitalización de los bancos dañados españoles y poder romper el círculo vicioso existente ahora entre la deuda bancaria y la estatal y que ahoga la confianza en las emisiones del Tesoro español, exigiendo rentabilidades crecientes en sus colocaciones. El viejo temor de que las deudas privadas, explicitadas fundamentalmente en el conjunto de la banca, pueden terminar siendo públicas sigue anidando en los inversores que mueven el mercado.

De tal manera lo hacen que, pese a que el mecanismo de rescate está aprobado, a salvo de unas cuantas validaciones en unos cuantos países de la zona euro, España tuvo ayer una mala experiencia en su encuentro con el mercado primario de deuda. Aunque con elevada demanda, el apetito por el riesgo español se está empezando a resentir en los inversores, especialmente entre los extranjeros, que están prácticamente ausentes de las subastas. Ayer, el Tesoro colocó papel a dos, cinco y siete años, con aumentos notables en las rentabilidades de todos los plazos, con la sorpresa de que incluso los títulos a siete años exigieron un tipo de interés bastante común en los bonos a 10 años. La reacción de la prima de riesgo, que se mueve en un mercado muy estrecho, con muy poco volumen de intercambio, se colocó casi en máximos, por encima incluso de los 580 puntos básicos. Y el bono marcaba rentabilidades superiores del 7%. El calambre del Tesoro llevó el miedo al mercado secundario, quien a fin de cuentas marca la temperatura real de la solvencia del Reino de España.

Los gestores del Tesoro español, advertidos en la crisis de noviembre de la creciente dificultad para financiar las emisiones cuando la presión exterior es estresante, comenzaron a acumular reservas en los momentos idóneos para hacerlo, en las ventanas de oportunidad que proporcionaba la paz financiera. Pero la bolsa se va agotando y el margen es cada vez menor, únicamente disponible para afrontar la refinanciación en verano.

Aunque parece que incluso el Gobierno podría pedir al BCE y a la Comisión Europea que desde Fráncfort se comprase deuda española en los mercados primario y secundario con los excedentes del rescate bancario, si los hubiere, la posibilidad tardará en llegar para bajar la temperatura al mercado. Parece que la posibilidad de que las medidas fiscales tomadas por el Gobierno, que complementa los mecanismos de protección establecidos por el Consejo Europeo, no van a dar un resultado inmediato. Los inversores no apreciarán un cambio convincente en la solvencia de la deuda hasta que no vean próxima su estabilización, cosa que no ocurrirá hasta que el déficit esté fiscalizadamente en números más modestos que los actuales y hasta que la actividad económica retome, aunque sea de forma tímida, el crecimiento.

Hasta entonces parece inevitable que quienes tienen en su mano las soluciones quirúrgicas más efectivas las apliquen. Aunque suponga romper la germánica ortodoxia del BCE, la autoridad monetaria tiene que aplicar algunas medidas más de carácter fiscal, como fiscal es inyectar dinero a discreción en la banca para que adquiera deuda pública, aunque oficialmente se catalogue como una medida monetaria para sostener la liquidez obturada de las entidades financieras.

Puede tener razón Mario Draghi en que comprar títulos españoles o italianos no es la solución. Pero puede ser una posibilidad de urgencia para flexibilizar el coste de financiación y dar oxígeno a los países que por los esfuerzos de consolidación fiscal no disponen de otra herramienta para crecer que una financiación atractiva para sus tesoros y para sus economías. No hacerlo solo aplazará el problema para España, para Italia, para la zona euro.

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