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Columna
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La autorregulación, cosa del pasado

Los reguladores persiguen el fraude fiscal como los agentes antidopaje persiguen a los ciclistas del Tour de Francia: como una caza. La innovación, en forma de nuevos productos o drogas, siempre va un paso por delante. Así, la policía solo puede actuar a posteriori, y a veces antes de que el hecho haya sido definido como crimen.

Tras el escándalo del líbor, el comisario europeo Michel Barnier y el Gobierno británico están pensando regular el tipo de interés de referencia, así como otros índices. Estos intentos pueden estancarse y fracasar en sus objetivos. También se arriesgan a dejar pasar nuevos fraudes o malas conductas. Pero entrando en el sexto año de crisis económica, la era de la autorregulación de los barómetros del mercado debe convertirse en una cosa del pasado. Un caso puede ser que la regulación de los puntos de referencia privados aumente las preguntas sobre la extralimitación reguladora. Las finanzas están inundadas de indicadores privados y estos son establecidos por los participantes del mercado.

La pregunta de cuándo exactamente serán tan importantes como para que la regulación pública sea legítima no es fácil. Pero en el caso de líbor, que desde hace años ha sido la referencia para contratos que valen millones de dólares, el umbral ha sido sobrepasado. Su cálculo diario partiendo de informes hipotéticos de un puñado de banqueros no podría superar ningún examen. Las agencias de calificación han intentado resistirse a la regulación diciendo que usurparía su capacidad para dar opiniones. Del mismo modo, los partidarios del libre mercado creen que los números deberían permanecer fuera del alcance de los reguladores.

El subdirector del Banco de Inglaterra, Paul Tucker, ha sugerido que los índices de referencia deben ser examinados. También que tendrían que basarse en transacciones bancarias observables, más que en conjeturas. Ese sería un buen comienzo: los reguladores no tienen que ir a por la opción más dura. Deben estar seguros de que los números son reales, o de confianza, con sanciones por mala conducta. Debería ser suficiente para que se lo pensaran antes de mentir.

Por Pierre Briançon

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