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Columna
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El caso del líbor suena familiar

Recuerdan el escándalo de los tipos de interés de 1957? El caso, que paralizó al público británico hace dos generaciones, tiene grandes paralelismos con la estafa del líbor. En él se vieron envueltos un hombre llamado Cameron y otro llamado Mynors.

En septiembre de aquel año, algunos operadores inundaron el mercado de bonos británicos justo antes de que el Banco de Inglaterra subiera los tipos, permitiéndoles esquivar las pérdidas. Dos de las instituciones que vendieron fueron Lazard y Jardine Mathenson. Lord Kindersley, director general de Lazard, y William Keswick, presidente de Mathenson, también eran directores del BoE. Los laboristas pidieron una investigación judicial por un presunto uso de información privilegiada. Harold Wilson, entonces canciller en la sombra del Exchequer, consiguió intimidar al Gobierno conservador para llevarla a cabo. El veredicto fue que no había justificación para las alegaciones. Pero durante el proceso, el estilo de vida de la clase alta británica, como la caza del urogallo, fue expuesta al consumo público.

"La historia no se repite de por sí, pero rima", decía Mark Twain. Eso es cierto en los dos escándalos bancarios. En lugar de disparar a los urogallos, el nexo social en cuestión son las promesas de botellas de Bollinger. Kindersley y Keswick fueron miembros de la clase dirigente británica, mientras que Bob Diamond es un americano descarado. Además, hace 55 años no había algo llamado líbor, que ahora es referencia para unos 360 billones de dólares en contratos en todo el mundo.

El reparto también se ha mezclado. Por aquel entonces Cameron Cobbald era el gobernador del BoE; ahora hay un Cameron de primer ministro. En 1957 Humphrey Mynors fue vicegobernador; hoy, Paul Myners, exresponsable de la City, figura como azote de Diamond en el debate público.

El topo entonces fue una secretaria de 19 años llamada miss Chataway. El caso del líbor aún tiene que producir un equivalente, aunque los operadores son muy imprudentes en sus correos. Algunos hablan con nostalgia de los viejos tiempos de la City de Londres. Pero una cosa está clara: los escándalos son tan viejos como las montañas.

Por Hugo Dixon

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