El abogado humanista
Dirige desde hace 11 años un equipo de 140 profesionales, elegido el mejor bufete del año. Especialista en 'corporate' y comprometido socialmente, es un amante de la literatura y el arte
Siempre vio el derecho y la empresa como un binomio. Marca de Deusto, la universidad en la que se licenció en 1985. Ignacio Ojanguren, bilbaíno, 50 años recién estrenados, ha intervenido en las principales operaciones corporativas españolas -la lucha por el control de Hidrocantábrico o la batalla Endesa-Gas Natural-. Para muchos de sus colegas, es un referente. Se incorporó a Clifford Chance en 1990, cuatro años después se convirtió en socio y desde 2001 es socio director de las oficinas españolas. Además, ha sido el primer no británico elegido socio ejecutivo responsable de la gestión financiera de la firma a nivel mundial. Desde esta semana, lleva con orgullo el premio de mejor bufete del año en España concedido por la editorial británica Chambers.
Sorprende su formación intelectual. Ignacio Ojanguren es un amante de la literatura. Lee por placer a Flaubert, Stendhal, Onetti, Vargas Llosa y los autores de la generación perdida. Y ha transmitido esa pasión a amigos como Fernando Grande Marlaska, presidente de la Sala Penal de la Audiencia Nacional. "Mi amor a la literatura nace de él", dice el juez. Le ha escuchado hablar de libros y viajes desde que eran niños y volvían juntos del colegio a casa. "Desde que era joven, le preocupaba crecer personalmente", recuerda. Aprovechaba los veranos para viajar y acercarse a culturas distintas. Grande Marlaska admira su sencillez. Es un "amigo extraordinario". Pueden estar medio año sin hablar, pero les une la amistad que mantuvieron en años decisivos de sus vidas. Estudiaron juntos la carrera y aunque profesionalmente no han coincidido, no le extrañan los reconocimientos.
María Entrecanales, su socia en la cadena de restaurantes Lateral y presidenta de Fundación Balia, de la que Ignacio Ojanguren es patrono, le ve como un hombre del Renacimiento. "Es un hombre de diálogo, no se muestra arrogante, e inspira respeto". Le interesa el arte, es coleccionista, y apoya que Lateral fomente el arte contemporáneo en sus locales, comenta.
Al acabar Derecho en Deusto, Ignacio Ojanguren se marchó a París a estudiar literatura francesa del siglo XIX y XX. Un año de cultura, a la espera de decidir qué hacer. Pensó que la abogacía internacional tenía un gran futuro y se preparó para ello. DEA (Diplôme d'æpermil;tudes Aprofondies) en Derecho Comunitario y Diploma Superior de Estudios Europeos en la Universidad de Nancy y MA en Derecho Corporativo en City of London Polytechnic.
A su regreso, se incorporó a la firma de abogados madrileña Alexander Pitts. Fue una experiencia enriquecedora. De un despacho pequeño a otro internacional que se reforzaba de cara la apertura de la economía española a Europa. El objetivo de Clifford era competir con los despachos locales en operaciones de mayor valor añadido. Para ello, necesitaba profesionales jóvenes que impulsaran la actividad. Cuando le nombraron socio director tenía 39 años. "Todos en el despacho le reconocemos la potestas por el cargo, pero, además, tiene una gran auctoritas", señala Juan José Lavilla, letrado de Cortes y socio de Derecho público de Clifford Chance. Este colega también cree que el prestigio del director contribuye a la buena relación con Londres. Siempre con sencillez.
A Ignacio Ojanguren no le gusta atribuirse méritos. Juan José García, socio director de Adarve Abogados, destaca su sentido común y su humildad. Se conocieron en Alexander Pitts y hoy les une la Fundación Abracadabra de Magos Solidarios que este preside y el pádel. Esta pareja que ronda la cincuentena y viste camisetas normalitas en la pista siempre gana, avisa el de Adarve.
Ojanguren es, además, futbolero, sufre lo justo con el Athletic de Bilbao. Tanto Abracadabra como la Fundación Balia, volcadas en la infancia, son dos proyectos que Ignacio Ojanguren se plantea a largo plazo. Juan José García y María Entrecanales destacan su apoyo incondicional, aunque él tiene la sensación de que se queda corto.